de los
Perdidos
—Quiero que sepas, ante todo, que me duele. Sin embargo, es algo que no puedo demorar más. Lo entiendes, ¿no?
—Supongo que eso no importa.
—Sí que importa. Para mí es muy importante que lo entiendas. Pero…
—Pero aun así vas a hacerlo, ¿verdad?
—Sí. Pero será más fácil si ambos lo entendemos. Supuse que si yo lo entendía tú también lo entenderías…
—Eres cruel. ¿Cómo podría entenderlo? Sabes perfectamente que no puedo. No entiendo porque uno de los dos tiene que desaparecer. Nunca lo entenderé. Y ya sabes lo que eso significa, tú mismo lo has dicho.
—¿Significar? No tiene que significar nada, no tenemos nada que ver el uno con el otro… No significa nada realmente. Mira… No es por ti. Es una cuestión de madurez, de aceptación, la vida pasa y… Y, bueno, no puedo pretender que todo sea como entonces, ni confiar en la promesa de lo que podrá llegar a ser. Duele demasiado… Esa imagen, tú. Tú dueles. ¿Sabes que dueles?
—Ahora lo sé, pero nunca pensé que fuera así, después de tanto tiempo juntos… No pensé que fuera tan insoportable para ti. Y no tendría por qué serlo. Si tan solo…
—Eso sí que no. No hagas esto más difícil. No es una cuestión de equilibrio. Todas las respuestas convenientes y baratas las he abrazado antes que tú y, por supuesto, las he descartado antes que tú. No hay nada que puedas hacer. La decisión está tomada.
—Ya veo. Lo tienes todo muy claro.
—Sí.
—Pareces yo.
—Esa es la cuestión: nunca seré tú. Por eso esto tiene que acabar aquí y ahora.
—Bien.
—¿Bien?
—Sí.
—Vale… Adiós viejo amigo. Te echaré de menos. De verdad.
—…….
—…….
—Y ahora, ¿qué?
—¡Shh!
—Vale, vale. Ya me callo…
—…………
—…………
—No entiendo… ¿Por qué no desapareces? ¿Por qué te sigo viendo?
—No lo sé. Pero he estado pensado durante estos silencios… ¿Y qué si no eres como yo? ¿Tanto importa? Oh… no… ¿Realmente pensabas que alguna vez llegarías a serlo? Dios mío, lo pensabas de verdad… Perdona si me hace cierta gracia, pero es que eso es totalmente imposible.
—Ese es el punto: es imposible. Y lo posible se ha impuesto para siempre. Y es desolador, y tú dueles, y… Joder, ¿por qué sigues aquí?
—Tranquilo, no desesperes. Has dicho que esto era una cuestión de madurez… Bien. Deja que te diga la única verdad: puedes llegar a ser como yo, pero, en cuanto lo consigas, ya no lo serás. Ese es el ciclo. No tienes que ser tan categórico. En cualquier caso, hagas lo que hagas, siempre serás tú. Y eso está bien.
—Yo… Ser yo me parece tan poca cosa…
—Es mediocre, sí.
—Gracias.
—Pero eres tú. Y, si no me dejas, si no abandonas la idea de lo que soy, siempre tendrás una promesa.
—Tengo 57 años… ¿Qué he hecho que merezca la pena? Esa promesa es una burla. Una insoportable responsabilidad. No puedo mirar a mi niño interior a los ojos… Me da vergüenza. Además, ya es tarde para todo.
—Te noto profundamente triste.
—¡Pues claro que estoy triste! Estoy triste hoy, mañana tengo envidia de ti y pasado te quiero matar… Sé que yo… ¡Qué sé yo! Sé que yo debería bastar, pero, ¿por qué nunca soy suficiente?
—Oh, Henry ¿Qué es suficiente? A eso me refiero. Eres Henry. Eres ingeniero, esposo, padre de familia, hijo, amigo… ¿De verdad no es suficiente?
—No soy tú.
—¿Y?
—Creo que… Creo nunca podré serlo. Por eso creo que he cambiado de opinión. Creo que es mejor que te quedes.
—Yo también lo creo, aunque visto lo visto, jamás me podría haber ido. Que quieras que me quede o que me vaya, todo es lo mismo. Lo entiendes, ¿no?
—Supongo que no importa.
—Exacto. No importa.
—En el fondo, me alegro de que sea así. Pero prefiero pensar que quiero que estés aunque no te puedas ir. Quizá, pensándolo bien, es ahora cuando más te necesito. Cuando la vida se ha manifestado. Cuando los sueños cumplidos saben a poco, cuando los que quedan por cumplir cada vez ahogan más…
—Esa tristeza perdurará Henry. Y tendremos que convivir.
—No. Ahora lo entiendo. No podemos convivir. Somos ondas en frecuencias distintas; se persiguen, se entrelazan, pero nunca se tocan… y aun así componen una melodía. ¿Tiene sentido?
—Pues…eh… Sí. Tiene todo el sentido.
—La tristeza, pero también la esperanza de poder acercarme a ti. De tocarte, aunque sea con la punta de los dedos. Y, entonces, por un instante, sentir que soy quién debía ser. Sentir que, por un tiempo, estoy dónde siempre debería haber estado: que lo he conseguido. Hasta que un día, como hoy, vuelva a desvelarme en mitad de la noche, sabiendo que todo era mentira. Con rabia por no encontrarte en mí, porque ya te habrás escapado otra vez…
—¿Sabes Henry? Es curioso que digas eso. Porque cada vez te pareces más a mí.
—Pero no lo soy. Sigue a mí lado, por favor. Por mí.
—Por ti.