de los
Perdidos
«¿Por qué estoy aquí?».
Esas palabras retumban en el ambiente como si se tratasen de un eco desesperado en busca consuelo. El propio tiempo, indeciso y titubeante, erosiona la determinación en la que fueron forjadas. Mientras, las tres figuras comparten miradas que abarcan desde la desidia hasta la molestia; pasando por la incredulidad con una parada rapidita en la diversión.
—¡Para servirnos!
—¡Para distraernos!
—¡Para dispensar bebidas de alto contenido alcohólico!
Dicen al unísono, en una cacofonía de sonidos dándose codazos para ser oídos los unos por encima de los otros.
—¡No! No quiero decir «aquí» en esta sala. Me refiero a «aquí» en general —grita el viajero mientras la frustración se agolpa en su garganta.
—¡Aaaaah! Eso es otra cosa. Se refiere a un concepto filosófico. La descarnada lucha del ego por comprender su lugar en el universo —dice Wülf, claramente interesado y dejando a un lado el pesado volumen que estaba cargando.
—Lo que me hace pensar que nos llevan cierta ventaja en lo que a beber se refiere —contesta Pardo asintiendo mientras se desabrocha la pajarita de su esmoquin y se dirige detrás de la barra—. ¿Lo de siempre?
—Por supuesto —contesta Balanzat, mientras se dispone a sentarse en la barra
—No sería «lo de siempre» si fuéramos cambiando sin ton ni son —responde Wülf mientras se acerca al viajero.
—Sólo un concepto filosófico por jornada. Conoces las normas —dice Pardo mientras prepara los vasos—. ¿Otra ronda, Jacques?
—No, gracias. Estoy servido.
El viajero parpadea, como si esperara que tras cerrar los ojos un par de veces, el universo se hubiese apiadado y le entregase una respuesta envuelta en papel de regalo existencial. En lugar de eso, se encuentra con Wülf inclinándose sobre él, oliendo a tinta antigua y a… ¿perro mojado?, mientras sostiene un libro, mucho más fino que el anterior, titulado: «Filosofía para Principiantes (o cómo fingir que entiendes a Kant en una cena pretenciosa)».
—Norma 34, subapartado B —declara Wülf, golpeando la página con un dedo—. «Todo cuestionamiento existencial deberá presentarse por triplicado, en papel pergamino y con sello de cera verde». ¿Tienes el formulario rellenado?
—¿El… qué? —balbucea el viajero, mientras Pardo desliza dos vasos a punto de rebosar y da un sorbo a un tercero.
—Formulario AA-12/EX, si mal no recuerdo —dice Wülf con un brillo esperanzado en sus ojos.
—¡Al diablo con las burocracias! —interrumpe Balanzat, acompañando su declaración con un movimiento grandilocuente que derrama buena parte del contenido de su vaso. Pardo saca un trapo de debajo de la barra.
—¡¿Cómo osas?!
—Otra vez no… —dice Pardo—. Propongo que, como excepción a lo norma, afrontemos la siguiente conversación encuadrándola en el ámbito meramente especulativo. ¿Votos a favor?
Balanzat lanza la mano al aire, igual que Pardo y, tras unos instantes, no sin reticencia les sigue Wülf.
—Se aprueba… —dice este último—. ¡Pero más vale que no encuentre ninguna de las conclusiones a las que lleguemos en la sección de ensayo filosófico!
—Duro, pero justo —responde Balanzat con una sonrisa satisfecha—. En mi opinión, todo ser consciente atraviesa tres etapas: creer que el universo gira en torno a uno mismo, sospechar que gira en torno a alguien más y, finalmente… —hace una pausa dramática mientras un murciélago sale de su túnica por error— …descubrir que el universo no tiene ni idea de dónde puso las llaves.
—¿Lo de las llaves es ampliable a los registros? —pregunta Wülf, genuinamente interesado.
—Probablemente… No veo por qué al universo iba a importarle más unos registros que un buen par de lla…
—¡Estáis jodidamente locos! ¡¿Por qué estoy aquí?! ¡En esta biblioteca! ¡Rodeado de lo que quiera que seáis vosotros!
Los custodios quedan en completo silencio, incapaces de concebir que alguien sin una túnica a su nombre les haya levantado la voz, pero sobre todo incapaces de procesar una pregunta tan… mundana. Los tres custodios se miran entre sí, intercambiando esa clase de mirada que sólo puede descifrarse tras siglos de compartir un espacio atemporal y, probablemente, algún que otro cadáver en el armario.
—¡Ajá! —exclama Balanzat, señalando al viajero con su vaso, del que brota un líquido rojizo que desafía las leyes de la física, la química y la mayoría de las leyes en general—. ¡Es uno de esos! Un… ¡Un estúpido!
—Eso explicaría por qué hace preguntas estúpidas… —continúa Wülf.
El viajero, cuya paciencia se deshilacha como un calcetín en manos de una lavadora entusiasta, golpea la barra.
—¡¿Me estáis escuchando?! ¡Exijo respuestas!
Wülf, ignorando el caos, se acerca al viajero con aire conspirativo.
—Mira, la Biblioteca no es un «lugar», es un… ¿Cómo decirlo? Un accidente de tránsito cósmico. Tú llegaste aquí porque tu existencia, de alguna forma, chocó de frente con un guion cinematográfico, una novela o algo así… Probablemente.
—¿Y eso qué significa?
—Significa —interviene Pardo, sirviéndole un líquido que cambia de color según el estado anímico del bebedor— que las únicas respuestas claras aquí son las resacas. Lo demás son… sugerencias con pretensiones. —Balanzat se aclara la garganta significativamente—. Ponle un asterisco a lo de las resacas…
El viajero mira el vaso, que pasa del rojo furia al azul desesperación.
—¿Así que no hay un propósito? ¿Sólo… caos?
—¡Caos con normas! —corrige Balanzat, lanzándole una mirada de soslayo a Wülf, que estaba a punto de protestar.
—Pero… tiene que haber un propósito…
—Te deseo la mayor de las suertes encontrándolo, pero mucho me temo que esta conversación ha resultado muchísimo menos sugestiva de lo que me esperaba… ¡Adiós! —dice Balanzat mientras se gira se gira a una velocidad inhumana, con el resultado esperable.
—Yo también tengo mejores cosas que hacer —añade Wülf mientras ayuda a Balanzat a levantarse y los dos abandonan la sala.
Mientras tanto, Pardo apura su vaso y, en un arranque de empatía inusual, coloca una mano en el hombro del viajero.
—El truco es no preguntar «¿por qué estoy aquí?», sino «¿qué puedo robar del minibar cósmico antes de que se den cuenta?». Siempre es un placer verte, Jacques. Pásate cuando quieras. —Dicho lo cual también abandona la estancia.
—Están completamente idos…
—Sí —contesta Jacques.
—No voy a poder sacarles ninguna respuesta.
—Es poco probable.
—¿Y qué se supone que voy a hacer ahora?
—Bueno, estás atrapado en una biblioteca…