«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
Escúchalo aquí:

[La sala de observación del Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Valencia es fría y esta pintada con un blanco deslustrado. El hombre, registrado como paciente 1619, pero que en los archivos militares figura como “Lázaro”, Se encuentra sentado en una silla de acero fijada al suelo. Viste un batín color beige, demasiado holgado para su cuerpo demacrado. Tiene las manos vendadas, amarradas con correas a los reposabrazos. Observa el vacío frente a si con una ausencia absoluta. Lleva el cabello completamente rapado y en su cuero cabelludo se distinguen antiguas cicatrices formando patrones cruciformes.]

Gracias por haber aceptado hablar conmigo.

[No responde, únicamente parpadea lentamente. Su respiración no constituye más que un susurro rítmico.]

Si no le importa, voy a hacerle unas preguntas.

[Continua sin reaccionar.]

Usted sufrió el sitio de Alcolea ¿No es cierto?

Lázaro, ¿me escucha?

[Vuelve a parpadear, pero la cadencia de su respira se mantiene inalterada.]

Únicamente quiero entenderle, Lázaro. A usted, a sus camaradas, al Arzobispo…

[Por primera vez, sus ojos se posan en mí. Y me parece que susurra algo.]

Lázaro, ¿ha dicho algo? No logro entenderle.

Bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre, bendito sea su nombre…

[Al principio Su voz no es más que un ronquido, carente de inflexiones, pero su volumen va aumentado más y más. En ningún momento aparta los ojos de mí.]

Hábleme de él, Lázaro. Hábleme del Arzobispo.

[Se detiene en su letanía al escuchar mis palabras, pero noto como el ritmo de su respiración va en aumento.]

Él nos salvó. Los demonios… Estaban por todas partes… habíamos perdido la fe… desamparados, perdidos, irredentos… Pero él nos salvó. Éramos basura lista para ser consumida, hambre, miedo, la podredumbre de los viejos dioses que no respondían… Él vino… y nos vio. No éramos basura para él. Éramos… pólvora. ¡BENDITO SEA SU NOMBRE!

¿Pólvora?

Sí… pólvora… material inflamable. Durmiente. Él fue la chispa. Nos mostró que el dolor no era un castigo, sino un… un sacramento. Que el miedo no era una debilidad, era la leña para la hoguera de la fe.

Material inflamable, pólvora. No personas.

No… Él era un conducto. La Gracia no es bondad. Es Verdad. Y la Verdad quema. La Verdad nos convirtió en sus ángeles.

¿Ángeles?

Los que cayeron. Ellos. Los nuestros. Los vuestros. Todos se convirtieron en humo y plegaria. El Señor aspira el humo de los justos. Es un aroma agradable. Para los que aceptan la Verdad.

¿Y para los que no la aceptan?

La duda es el cáncer. Se extirpa. Rápido. La duda es contagiosa.

Él no ofreció consuelo. Nos ofreció La Verdad. Nos dijo: «Vuestro sufrimiento no es en vano. Es vuestra ofrenda. Es vuestra arma». Es… la respuesta a todo.

¿Las crucifixiones? ¿Las fosas? ¿Las hogueras? ¿Los… Niños? ¿Esa era la respuesta?

[Su voz se vuelve un susurro intenso, didáctico]

Era la lógica final. Si el sufrimiento es sagrado, entonces el sufrimiento extremo es una oración extrema. Si la fe debe ser probada, ¿Qué mayor prueba que dar la vida de los que más amas? Él nos liberó de la última cadena: el apego a este mundo miserable. Un niño en una cruz no es una tragedia. Es un mártir. Un faro. Su agonía ilumina el camino para otros. Es… un acto de amor terrible y grandioso.

¿Y lo amaban por eso? Por hacerles creer que el horror era amor.

[Por primera vez, la expresión de Lázaro se suaviza en algo que se asemeja a la nostalgia.]

Lo amábamos porque era el único que no nos mentía. Los políticos de antes nos decían «todo irá mejor». Mintieron. Los curas de antes nos hablaban de un cielo lejano. Él nos trajo el cielo a la tierra, forjado en el dolor que ya sentíamos. Nos dijo: «El infierno está aquí, y vosotros sois sus ángeles vengadores. Vuestra crueldad será vuestra santidad».

Era un padre. Un padre estricto que nos ordenaba ser fuertes, porque la debilidad era el único pecado. Y cuando obedecías, cuando entregabas todo… sentías su aprobación. Era como… como si el sol te tocara solo a ti.

¿Dónde está ese sol ahora, Lázaro? ¿En esta celda?

[Lázaro mira a su alrededor, con desprecio en sus ojos.]

Él sigue aquí. [Se toca el pecho, luego la sien]. Sus palabras están grabadas en el hueso. Los herejes pueden dejar que me pudra entre estas paredes, dejarme aquí hasta que me convierta en polvo. Pero ese polvo seguirá creyendo. Porque él no nos salvó de la muerte. Nos salvó de la insignificancia. Nos convirtió de víctimas en verdugos de Dios. Y eso… eso es una droga para la que no hay antídoto. Es una salvación grotesca. Y es la única verdadera salvación.

[Se inclina hacia adelante dejando atrás sus muñecas amarradas, sus hombros parecen apunto de dislocarse.]

Él nos mostró que todos podemos ser dioses pequeños y crueles. Y es mucho más fácil amar a un dios cruel que a un hombre bueno e impotente. Porque el dios cruel, al menos, promete algo. Y cumple su promesa: fuego, dolor y una gloria que nadie más puede entender.

Cumplimos con nuestro deber… porque él hizo de nuestro deber una religión. Y se ama a un dios, incluso cuando te quema. Especialmente cuando te quema.

Tienes miedo Fitzgerald. No debes tener miedo. No tú. No aquel que elabora su Evangelio, que conserva su Verdad.

¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA SU NOMBRE! ¡BENDITO SEA…

[Se recuesta contra la silla, agotado, una sonrisa beatífica y terrible inunda sus labios. La puerta se abre y dos enfermeros robustos entran. Uno lleva una jeringa. El paciente, «Lázaro», no lucha]

FIN DE LA ENTREVISTA.

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7 de agosto de 2025
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