«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
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—Se han ido ya, ¿verdad? —pregunta Pardo visiblemente nervioso.

—Eso creo —responde el viajero desde su asiento.

—¡shhhhh! ¿Has perdido el juicio? ¡Ni una palabra hasta que yo diga!

El maestro del humo deposita su maletín sobre la mesa metálica y procede a abrirlo con la ceremoniosidad propia de un arqueólogo frente a un tesoro redescubierto. De su interior, saca una enorme lona negra y se dirige apresuradamente hacia el espejo de la habitación.

—¿Vas a ayudarme o estás demasiado cómodo en esa silla? —El Viajero, sin tener muy claro qué está pasando, se limita a levantarse mostrando sus manos aún esposadas a su espalda.

—No te haces mucho de querer ¿sabes? Siempre esperando a que los demás hagan el trabajo —dice Pardo mientras deja caer la lona, se introduce la mano en uno de los bolsillos interiores y de su chaqueta y extrae su pipa. En el preciso instante que la coloca en sus labios, tentáculos de humo se extienden por la sala. Uno de ellos rodea al Viajero. Momentos después se escucha un click y las esposas golpean el suelo—. Ahora haz el favor de ganarte el sustento y échame una mano.

El viajero recoge la lona del suelo y entre los dos cubren completamente el espejo.

—Ahora ya podemos hablar con tranquilidad.

—Era un espejo doble, ¿verdad?

—¿Qué? No, no, no. Al otro lado de esa pared hay unos baños. Sería de muy mal gusto para todos los implicados.

—Entonces, ¿por qué demonios lo hemos tapado? —Pardo se le acerca mirando de derecha a izquierda con una expresión confabuladora.

—Nunca te fíes de un espejo —dice susurrándole casi al oído—. ¡Bueno! Con esto zanjado, podemos centrarnos en el tema que nos ocupa: estás jodido.

—¿Disculpa?

—Todas las pruebas están en tu contra, chaval. Me han llamado a declarar y teniendo en cuenta que yo te introduje en el relato mi declaración será bastante… ¿Cuál es la palabra? Ah sí, inculpatoria.

—¡¿Pero cómo vas a declarar en mi contra?! ¡Si eres mi abogado!

—¿Te crees que eso les importa a los cabrones del tribunal? Te odian a más no poder. Créeme, me toca presidirlo a mí en esta ocasión y no te haces una idea de las ganas que te tengo. —El viajero se le queda mirando unos instantes sin saber muy bien qué decir—. Por cierto, estoy seguro de que te lo dicen mucho, pero ese parche te queda ideal.

—¡Estáis locos! ¡Completamente idos! ¡¿Qué diablos os pasa?! ¿Qué es lo que os hecho yo? —El viajero, al borde del llanto, retrocede hasta dar con la pared y una vez allí se deja caer hasta acabar sentado.

—Vamos, vamos, no es para tanto.

—¡¿Que no es para tanto?! Me estás diciendo que no hay salida… que el veredicto…

—¡Ah, el veredicto! Sí, es ineludible. Absolutamente. Como la gravedad o los impuestos. Una vez que la maquinaria judicial se pone en marcha, es… bueno, es ineludible. No es personal, es procedimental.

—¡¿Y me lo dices así, con esa tranquilidad?!

—Bueno, ¿cómo quieres que te lo diga? ¿Con lágrimas y drama? Eso no cambiaría los hechos. Mira, tu angustia es… conmovedora, realmente. Pero es como enfadarse con una nube porque va a llover. No sirve de nada.

El viajero, ya al límite, mira al custodio y por primera vez empieza a entender la naturaleza de aquel ser. No es malvado o cruel, es algo peor: es completamente indiferente a su sufrimiento. Para él es únicamente una molestia o en el mejor de los casos un mero divertimento.

—Entonces… no hay esperanza —susurra, derrotado.

—¡Esperanza! ¡Vaya palabra tan curiosa! —El rostro de Pardo parece iluminarse—. La esperanza es lo que uno tiene cuando las opciones son malas. Una noción tan sólida como estúpida, pero normalmente la solidez es suficiente. ¿No conoces el dicho?

—La… ¿la esperanza es lo último que se pierde? —El custodio se le queda mirando durante un largo rato, completamente callado mientras da una larga calada a su pipa.

—Deberíamos dedicar más tiempo a tu educación… ¿Quién te ha enseñado esa estupidez? No hace falta ser un genio para saber que, habitualmente, lo último que se pierde es la vida, muchacho.

—Y cuál era el dicho que tenías en mente, si puede saberse —dice el viajero completamente agotado.

—Que la esperanza es un pan de muy mal comer. Ya sabes, porque está demasiado sólido… y es estúpido.

—Genial…

—En cualquier caso, creo que estás exagerando profundamente. Tu situación no es tan desesperada como para recurrir al autoengaño, ni al pan duro.

—¡¿Pero…

—Nada de peros. Como tu abogado, juez y, si tengo suerte en el sorteo, verdugo; mi opinión a este respecto está muchísimo más cualificada que la tuya. Además, eso de que «no hay salida» te lo has inventado tú.

—¡Claro, los relatos! ¡Tú podrías sacarme de aquí!

—¡Por supuesto que podría! Las cosas que no puedo hacer podrían contarse con los dedos de una mano. Dependiendo de cuán horriblemente mutado esté el propietario de esa mano, por supuesto.

—¿Entonces?

—Entonces, ¿qué? —contesta distraído el maestro del humo.

—Que si vas a sacarme de aquí. ¿Qué va a ser si no?

—¡Sacarte de aquí! ¿Por qué haría yo tal cosa? ¿Acaso te haces una idea de lo que me ha costado redactar tu sentencia?

—Aún no he sido juzgado… —dice el viajero conteniendo sus crecientes ganas de estrangular a su interlocutor.

—Jovencito, a veces tengo la sensación de que no me escuchas cuando te hablo.

—En resumidas cuentas, que no puedes sacarme de aquí. —Un brillo de sólida y estúpida esperanza se apodera de la mirada del viajero mientras pronuncia estas palabras. Sí que ha estado escuchándolos y también les ha observado.

—¿Disculpa?

—Que no eres capaz de sacarme de aquí. No pasa nada, no hay de qué avergonzarse. Tampoco puedes levitar sin quitarte la ropa y no por ello eres peor custodio. Esperaremos a que vuelvan los otros y así podrás leerme tu sentencia. No te preocupes, no les diré nada sobre tus… limitaciones. —El viajero contiene la respiración expectante, preguntándose si habrá forzado su suerte. Pero al poco observa cómo el color de la cara de Pardo, va mudando del pálido mortecino hasta el púrpura regio, pasando por el rojo sanguíneo y toda una serie de inusuales estados cromáticos.

—Mis… limitaciones… Levitar… Peor custodio… Calzoncillos con corazones… ¡YO TE ENSEÑARÉ LO QUE ES EL PODER DE UN CUSTODIO DE LA BIBLIOTECA DE LOS PERDIDOS, MALDITA SABANDIJA! ¡¿QUE NO PUEDO SACARTE DE AQUÍ?! EL MALDITO COSMOS NO TIENE CERRADURAS PARA MÍ Y SE PIENSA QUE ESTAS CUATRO PAREDES SUPONEN UN RETO, VAMOS HOMBRE.

De forma violenta se arranca la pipa de los labios y la usa para señalar el espacio vacío frente a ellos. Con un movimiento frenético, dibuja un rectángulo en el aire, el humo de su aliento se solidifica y, a través de la nueva puerta, se ve el patio de una universidad antigua. El Viajero mira la puerta de humo, luego a Pardo. Haciendo un esfuerzo sobrehumano por contener una sonrisa, cruza el umbral seguido por el custodio. El aire de la celda es reemplazado por el aroma a libros antiguos, piedra húmeda y el de la noche, mientras la puerta de humo se desvanece detrás de ellos.

—¿Qué te ha parecido eso, eh, mequetrefe? ¿Qué tienes que decir ahora de mis limitaciones?

—Retiro todo lo dicho. No puedo creer lo equivocado que estaba.

—Y no lo olvides. No toleraré que se ponga en duda mi… —Hace una pausa para buscar la palabra precisa—. Mi magnificencia —dice finalmente con un tono satisfecho y vuelve a introducirse la pipa en los labios.

—No lo haré, jamás, pero… ¿Dónde estamos?

—¿Qué? Uhmmm… Diría que en la universidad de Salamanca… —Estira un dedo en el aire y acto seguido se lo introduce en la boca—. Finales del siglo XIX si no me equivoco. ¡UH! Tengo un conocido con el que intercambio libros en esta ciudad y periodo. ¡Vamos a hacerle una visita!

—Es casi media noche…

—¡Tonterías! Es un ratón de biblioteca, seguro que está despierto con algún libro, con los ojos clavados sobre sus paginas. Ya verás qué contento se pone cuando llamemos a su puerta.

¿Algo que decir, Viajero?

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7 de agosto de 2025
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