«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
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1 de julio de 2024

Solo

Custodio:

Le miro a los ojos y encuentro a una extraña. La mirada que me devuelve es fría e inexpresiva. Está enfadada y triste, pero sobre todo triste. Me duele verla así, saber que es mi culpa. Me escondo en mí mismo, me sumerjo y huyo del dolor, de ella. No oigo lo que me está diciendo, asiento ausente y sé que ella se da cuenta; pero tiene que seguir hablando, vaciarse. Yo debería estar allí encajando los golpes aliviando, aunque sea poco y tarde su dolor, pero no puedo, me sumerjo aún más.

Cuando ha quedado satisfecha se marcha, no se despide y me quedo solo. Hace frío. Enciendo un cigarrillo y empiezo a andar sin rumbo. Las calles me parecen todas iguales. Me encuentro en un gélido laberinto gris, en mitad de las entrañas de un gigante putrefacto. Sigo andando, ahora más deprisa, y el llanto del viento me parece apreciar los acordes de una canción, no la conozco, pero me resulta familiar. Aprieto aún más el paso. Tengo el pecho congestionado y los ojos me arden, pero cuando paso la mano por mis mejillas estas están secas. No recuerdo la última vez que lloré y ahora que las necesito tan desesperadamente las lágrimas no llegan. Me siento mutilado, roto. Hace ya tiempo que sé que algo no funciona bien dentro de mí, pero hoy me faltan las fuerzas para ignorarlo.

El frío me hace daño en las manos y trato de aferrarme al calor que desprende el cigarrillo. No quiero volver a casa así que sigo caminando. Está oscuro y los faros de los coches me deslumbran con su monótono paso. A mi memoria llega un fogonazo en el que le veo sonreírme; estamos en la cama, yo miro la tele y ella está ahí plantada sin hacer nada, mirándome con una sonrisa. Noto como se me acelera el pulso y una presión insoportable en mis entrañas, empiezo a hiperventilar y paro en seco. Quiero gritar, correr y esconderme, pero no soy dueño de mi cuerpo, estoy atrapado y a cada segundo tengo más miedo. Siento que voy derrumbarme cuando las ascuas de cigarrillo me muerden en los dedos sacándome de mi trance. Me miro la mano y disfruto unos momentos del liberador escozor de la quemadura. Enciendo otro cigarro.

Sigo caminando y cuando me doy cuenta he llegado al puente, mi puente. Las vistas de la ciudad son inmejorables. La monótona mole gris se convierte en una foto de postal, pero yo no vengo por las vistas. Siempre que vengo aquí es por el agua. Su corriente incansable y los destellos de luz que emiten sus ondulaciones me relaja, me permite abstraerme. Me apoyo en la barandilla y me quedo mirando el río. No sé cuánto tiempo ha pasado, el sol se está poniendo. La gente que pasa junto a mí se me queda mirando y yo intuyo lo que piensan, pero no he venido a eso. Quiero abstraerme en las aguas no abandonarme a ellas.

¿Algo que decir, Viajero?

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