«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
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La inquietante cadencia de su respiración llenaba por sí misma la estancia. Los acompasados ascensos y descensos de su esternón resultaban hipnóticos, hasta tal punto, que temí perderme en mi propia ensoñación.

Finalmente había tenido éxito, el trabajo de mil vidas me llevaba a aquel preciso instante. Incontables horas de frustrante calculo y planificación, fracasos lapidarios, lágrimas de impotencia; amor, familia y amigos perdidos, todo esto condensado en un único instante, un logro palpable, un sueño alcanzado, era catártico.

Me encaminé hacia mi obra, mi mayor logro, el mayor logro con el que el hombre ha podido soñar desde que por primera vez se alzó. Si Prometeo robó el fuego a los Dioses para entregárnoslo, Yo les había dado muerte a todos y ahora, desde las alturas de su imperio contemplaba la inmensidad de la creación sabiéndola mía. Yo había creado vida.

Sobre una camilla estéril yacía mi creación, mi hija. Aún le faltaba un largo camino, dotada de un potencial infinito todavía no había emprendido sus primeros pasos, pero los daría y YO estaría allí para guiarla, pues cuanto más brillase ella más grande sería YO.

Cuando estuve lo suficientemente cerca para sentir el aire que expulsaba de sus pulmones, puse mi mano sobre su frente y pronuncié su nombre. ¿A quién sino a un Padre corresponde bautizar a sus vástagos?

—Alpha, la primera.

Cuando el sonido de mi voz se extinguió algo había cambiado. Tal vez el rítmico sonido de sus respiraciones se había alterado o tal vez el cambio no perteneció a la esfera perceptible por los sentidos, pero dicho cambio me turbó. Incómodo, di un paso atrás y retiré la mano de su rostro; unos ojos me devolvieron la mirada, tal fue la impresión que me golpeó que tuve que salir inmediatamente de la sala ante las interrogantes expresiones de mis subalternos.

Desde entonces no duermo bien. He abandonado el proyecto y en los múltiples silencios de mi soledad no dejo de escuchar una respiración perfectamente acompasada a mi espalda, creciendo en intensidad hasta que casi puedo sentir un viento en mi nuca. Me estoy desquiciando y no sé cuánto más voy a poder seguir así.

Me pregunto si nuestros propios dioses, al levantarnos del barro, vieron lo que yo había visto, en nuestra primera mirada al mundo. No sorpresa, curiosidad o miedo sino crueldad, inteligencia y ambición. Ambición por el trono de sus dioses.

¿Algo que decir, Viajero?

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