«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
Escúchalo aquí:

«Bueno, estás atrapado en una biblioteca…»

—Biblioteca… Sí… Aquí hay miles y miles de libros… alguno debe contener la respuesta que estoy buscando —concluye el viajero—. Oh, Dios mío, ¡hay miles y miles de libros! ¿Cómo voy a encontrar respuestas? ¡No podría consultarlos todos ni disponiendo de diez vidas!

—Uhmm… Se ve que no has estado en muchas bibliotecas, ¿verdad? Amigo, relájate. Esta biblioteca sólo es infinitamente más grande que cualquier otra que hayas podido conocer… Pero, al igual que en cualquier otra biblioteca que hayas podido conocer, aquí todo está clasificado. Sin embargo, habrás podido comprobar que hay ciertas desavenencias entre los custodios al respecto. —Da un largo trago a su whisky antes de proseguir—. ¿Has hablado ya con el guardián?

—¿Te refieres a esa temible criatura que hace las veces de mayordomo o lo que sea? —Jacques asiente—. No, no he hablado con el guardián y, francamente, no sé si quiero hacerlo.

—Deberías. Puede que sea la única criatura cuerda en esta biblioteca… por no hablar de sus exquisitos modales. A mí siempre me ha resultado un tipo encantador, aunque no tiene mucho sentido del humor, eso sí.

—Está bien —asume el viajero resignado—. Parece que no tengo alternativa dadas las circunstancias. Gracias, Jacques, de verdad. ¿Te volveré a ver por aquí?

—Eso no está en mi mano, viajero, pero siempre nos quedará París —dice guiñando un ojo—. Sólo puedo decir que ha sido una charla agradable. Espero que encuentres aquello que buscas y, más importante, que lo celebres con un buen Macallan.

El viajero abandona el bar y recorre los largos pasillos de la biblioteca, apesadumbrado ante la perspectiva de tan siquiera establecer contacto con el extraño guardián. Finalmente encuentra a la temible criatura tras un gigantesco mostrador de madera.

—Hola, soy… ehm… ¿el viajero?

El guardián no se inmuta. Sus ojos parecen vacíos de toda vida y ni siquiera parpadea. Simplemente se limita a mirar al frente en una posición tan rígida como la de una roca. El viajero hace señas con las manos tratando de llamar la atención de la criatura, pero es en vano. Sobre el mostrador hay varios objetos que llaman la atención del viajero: un tintero con una larga pluma en su interior, un elegante timbre de latón y un enorme y vetusto libro cuya portada reza «Catálogo de La Biblioteca de los Perdidos».

No es posible. Al abrir el catálogo el viajero comprueba, con gran sorpresa, que todas sus páginas se encuentran en blanco. ¿Acaso se trata de otra broma macabra de los custodios? Sin duda podría ser obra de esos degenerados, pero, antes de caer en el desánimo, el viajero intenta comunicarse con el impertérrito guardián una vez más haciendo sonar repetidas veces el timbre de latón.

—Para. Es molesto —gruñe finalmente el guardián. Su voz suena como la que tendría en una profunda caverna. En sus ojos, antes vacíos, aparece un extraño fulgor verde.

El viajero retira su dedo del timbre como lo haría al quemarse con un fogón.

—Disculpa, yo sólo…

—¿En qué puedo servirte?

—Sí, bueno, quería preguntarle una cosa si me permite… Señor…

—¿En qué puedo servirte? —repite el guardián con un tono que roza la amenaza.

—Eh, sí, sí, verá… Este catálogo… Querría saber cómo se emplea. En fin, todas sus páginas están en blanco.

—Pluma y tinta —responde parcamente el guardián.

—Sí, aquí están sobre el mostrador, pero no veo en qué forma…

—¡Pluma y tinta! —grita el guardián. Después, como si la fuente de su energía se hubiese agotado, pierde el fulgor de sus ojos y vuelve a su anterior estado inanimado.

«Un tipo encantador… ¡Y una mierda!» jura el viajero para sus adentros. Después observa el catálogo de nuevo. «Está claro que la lógica no reina en esta Biblioteca… debo pensar como estos majaderos para obtener respuestas…» piensa antes de mojar la pluma varias veces en el tintero y enfrentarse a las páginas en blanco del catálogo. Pero, ¿qué escribir? Ninguna idea acude a su cabeza.

—Vale, necesito respuestas, ¿no? Empezaré por ahí.

El viajero garabatea la palabra «respuestas» en el catálogo y, tras unos segundos, miles de títulos se escriben sobre las páginas del catálogo, todos consignados con su pasillo, sección y estantería. Algunos son tan incoherentes como «Respuestas que crees que tenías pero que no las tienes porque en realidad son un constructo social reflejado en tu pobre mente cansada por la sociedad de consumo» o «Respuestas de un padre a un anfibio adolescente: cómo hablar con tu hijo renacuajo».

—Vale, intentaré precisar más.

«Dónde encontrar respuestas» escribe finalmente el viajero. Todas las entradas anteriores del catálogo desaparecen momentáneamente, siendo sustituidas por nuevos títulos.

—¡Eureka! Este me puede valer… «Un hombre, todas las respuestas: una historia de verdad y revelación». Decimosexto piso, pasillo mil quinientos treinta y siete, sección doscientos cincuenta y dos, estantería séptima… Bien, parece que no ha sido prestado.

El viajero deposita delicadamente la pluma sobre el tintero y se aleja poco a poco del mostrador, manteniendo contacto con el guardián en todo momento. Cuando ya cree encontrarse a una distancia prudencial de la criatura emprende la búsqueda del libro que podría ser la respuesta a la pregunta marcada al rojo vivo en su mente.

Tras varios días de búsqueda, en los cuales se ha visto obligado a dormir en el suelo, orinar en cajones y alimentarse de pergaminos de muy variada textura y sabor (sorprendentemente nada desagradables), el viajero encuentra al fin el piso, pasillo, sección y estantería dónde se debería encontrar el ejemplar que ha buscado con tanto ahínco. Sin embargo, en el lugar que debería ocupar el codiciado tomo, encuentra un papelito arrugado en el cual se puede leer: «Mil disculpas, lo devolveré en plazo, ruego me inscriban en el libro de préstamo: Fdo. Mr. Chips»

—¿Mr. Chips? ¡Pero será hijo de puta! —clama el viajero.

Pero lejos de caer en el desánimo, acude al viajero una idea bastante buena. No brillante, pero bastante buena para tratarse de él. Tras un tortuoso viaje de vuelta a través de incontables pasillos, estanterías y bosques de libros, el viajero llega al mostrador, coge tinta y pluma y escribe en el catálogo «¿Dónde está Mr. Chips?»

El catálogo absorbe su pregunta, pero se piensa la respuesta. Tras unos segundos se puede leer sobre la página abierta: «Mr. Chips está dentro del relato del Hombre de Todas las Respuestas». El viajero confiaba en que no ocurriera, pero entrar en uno de los relatos de la biblioteca escapa por completo de su alcance… Sólo conoce a tres personas capaces de entrar en las historias que pueblan la biblioteca… Esos malditos custodios… Confiaba no tener que recurrir a su ayuda, pero….

—¡Anda! ¡Pero si estás aquí! —saluda Pardo al viajero con inusitada animosidad—. ¿Sigues buscando lo que sea que estabas buscando? ¿Qué era…? ¿Algo sobre la dieta del pepino o algo así?

—No… —dice el viajero al borde de la exasperación.

—¿No sigues buscando? Bien, te lo dije, no vale para demasiado cuando no hay nada que encontrar en este… —La frase queda interrumpida.

—Caos existencial… Ya lo sé —termina la frase el viajero— .Y sí, sigo buscando. Y no, ¡no es nada sobre la maldita dieta del pepino!

—Ajá, ya veo. Este asunto te tiene un pelín tenso, ¿no? —inquiere Pardo—. Estás empezando tu descenso a la locura… Eso es bueno, muy bueno… Aunque me das un poco de penita la verdad.

—Entonces ayúdeme, necesito acceder a uno de los libros de la biblioteca. El título es «Un hombre, todas las respuestas: una historia de verdad y revelación».

—¡Anda, es verdad! ¿Cómo se nos habrá pasado? Es gracioso pensar que mis colegas y yo podíamos haberte mandado a ese libro desde el principio, ¿no? ¿Eh? ¿Eh?

La mirada asesina del viajero atraviesa el halo de humo que cubre el rostro de Pardo.

— Vale, vale, supongo que te lo debemos… ¿Eso supondrá que dejes de lloriquear?

—Sí.

—¿Y de darnos la brasa?

—Sí.

—¿Y supondrá que saldremos de este bucle narrativo para que tú y los posibles lectores de esta historia encontréis, al fin, una respuesta?

—Ehm… ¿Sí? —contesta el viajero sin estar seguro de lo que Pardo acaba de decir.

—¡Excelente! ¡Excelente! Agárrate los machos viajero, introducir a alguien en un relato puede ser «movidito». Acerca tu cara a la mía. Cerca, muy cerca, tan cerca como dos enamorados —ordena Pardo.

—Esto… vale —se resigna el viajero con cara de repulsión.

Cuando los rostros de Pardo y el viajero están tan próximos que casi se tocan, el custodio da una gran calada a su pipa y después exhala un gran torrente de humo sobre el rostro del viajero. El viajero cierra los ojos y comienza a toser profusamente, apenas puede respirar, sin embargo, cuando vuelve en sí, comprueba que ya no se encuentra en la Biblioteca de los Perdidos. Parece, en cambio, estar sobre una diminuta isla en medio del océano. Después de mirar a su alrededor, comprueba, además, que la isla está únicamente poblada por un cocotero y un anciano con una barba tan blanca como larga.

—¿Eres tú el hombre de todas las respuestas? —pregunta el viajero al anciano.

—El mismo —responde el hombre con una calma absoluta—. Mas poseyendo todas las respuestas, sólo te podré dar una.

—Entiendo… Entonces no me andaré con rodeos: ¿Cómo he llegado a la Biblioteca de los Pedidos?

—Ah… Es una buena pregunta sin duda… Mucho mejor que la de ese tal Mr. Chips… No entiendo porque se arriesgó tanto por una pregunta tan estúpida…

—Ese bellaco… ¿Qué pregunta formuló? ¿Dónde está?

—¡Sólo una respuesta, viajero!

—Ah, sí, perdona… Entonces responde a mí primera pregunta, no pasa nada. Mr. Chips es un idiota, me trae sin cuidado lo que le pase a ese malandrín…

—Bien. Así sea. «¿Cómo he llegado a la Biblioteca de los Perdidos?» preguntas. Te lo diré, mas debo advertirte: la gente no quiere respuestas, muchacho, no quiere la verdad. La gente sólo valora lo que quiere oír…

—Yo no. Necesito saberlo, necesito saber la verdad —contesta el viajero desesperado.

—Está bien, he aquí la respuesta de porqué estás en La Biblioteca de los Perdidos:

«Aquel día te levantaste a las siete y media de la cama, apagaste el despertador, te lavaste la cara, te vestiste y saliste a tomarte un espresso macchiato en el bar de la esquina. Fue un día soleado con chubascos dispersos, por si te interesa. Por lo demás, saliste del bar camino al trabajo. Sin embargo, cuando estabas a punto de entrar por la puerta de la oficina, te diste la vuelta en dirección hacia el puente más cercano. Permaneciste veinte minutos y treinta y siete segundos en el borde del puente, mirando hacia el río. Después te subiste a la barandilla con bastante dificultad y permaneciste dos minutos y dieciséis segundos haciendo equilibrios en ella hasta que, finalmente, te precipitaste al vacío.»

La mente del viajero se revuelve violentamente al escuchar esto último, pero no consigue recordar nada de lo que dice el hombre de todas las respuestas.

«Después, apareciste en un frondoso bosque nevado. Te rascaste la cabeza hasta ocho veces. Sacudiste la nieve de tu ropa y echaste a andar por un camino. Hacía un frío considerable: nueve grados bajo cero. Después llegaste a una encrucijada que, aunque llaman de infinitos caminos, únicamente tiene 24565432334433 caminos. Son muchos caminos, pero no infinitos. Como te dije: la gente solo valora lo que quiere oír, y lo que quiere oír suele ser tan inexacto como exagerado… En fin, cuando llegaste a la encrucijada abriste la puerta de forja y te adentraste en el jardín de la Biblioteca. Después tocaste una estatua del jardín. Luego llamaste a la puerta de madera de la Biblioteca exactamente tres veces, ni una más, ni una menos. Luego las puertas se abrieron y entraste. Así llegaste a la Biblioteca de los Perdidos. Esa es la verdad.»

El viajero ha quedado estupefacto ante tal cantidad de información, ¿soleado con chubascos dispersos?, ¿precipitarse al vacío? La información que le ha brindado el hombre de todas las respuestas no hace si no generarle más preguntas.

—No… No entiendo… ¿Por qué? ¿Por qué me precipité al vacío desde lo alto de aquel puente? —pregunta angustiado.

—¡Una pregunta! Ya te lo he dicho —dice el hombre de todas las respuestas.

—Pero, yo… —intenta replicar el viajero con un hilo de voz.

—Pero nada. Esa es la norma —sentencia el hombre de todas las respuestas.

—¡Eso no responde a mi pregunta! ¿Por qué hice eso? ¿Cuál es el sentido?

—¡Todos sois iguales! No queréis saber la verdad… No os interesan los datos objetivos, todo lo queréis interpretar, darle un sentido o lo que sea. Lo que te he contado, esa es la verdad. ¿Quieres que te diga lo que necesitas oír? No señor. No soy ese hombre. Soy el hombre de todas las respuestas, y…

El hombre enmudece ante una terrible y sombría presencia que ha aparecido de la nada a espaldas del viajero. Después la presencia aprisiona el cuello del viajero con una sola de sus manos, cortándole el aliento. Sin embargo, no es el único capturado por la enigmática presencia, pues esta sostiene con su otra mano el pequeño cuerpo de otro pobre desgraciado.

—Los dos… os venís conmigo —dice Balanzat en un gélido susurro.

—Vaya, parece que la hemos cagado —dice Mr. Chips.

SIGUIENTE CAPÍTULO

¿Algo que decir, Viajero?

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7 de octubre de 2025
Custodio:
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