«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
Escúchalo aquí:

―Sí, sí por supuesto señora Marlow. Verá, somos… ejem, soy el mejor detective en esta zona de la ciudad. Con mis audaces y modernos métodos no será difícil dar con su paradero. En menos de una semana estarán juntos de nuevo: tiene mi palabra. Ahora, sintiéndolo mucho, querría hablar de ese pago por adelantado… Como comprenderá será necesario para asumir los múltiples costes de esta investigación.

Bienvenidos a «Smith & Co». Encantado, soy Frank Smith y… Ah sí, ¿Qué quién es «Co»? Bueno, podría ser Seth. El problema es que es un maldito insecto díptero, una mosca, vaya. Tener un «Co» estampado en letras doradas en la puerta atrae a los clientes. Una mosca no. Una mosca da asco. Por lo que sea. La gente tiene muchos prejuicios interespecie. ¿Sabíais que las moscas fueron de los primeros animales en usarse para la investigación de crímenes? En realidad, son excelentes detectives. El estudio del desarrollo de su estadio larval en los cadáveres ha ayudado a la policía a resolver miles y miles de casos.

Pero no, la gente no aprecia a Seth. Así que el «Co» es más bien una estrategia de marketing. Si alguien pregunta por ello suelo decir que mi compañero se ha ido a echar dinero al parquímetro, que lo han asesinado, que ha tenido problemas en casa o que está de vacaciones en Honolulu, según me dé.

Como veis el «Co» mejora la percepción de mi negocio a la par que estimula mi imaginación.

―Comprendo. ―la señora Marlow abre su enorme bolso de piel y me ofrece un billete de cien― ¿Será suficiente señor Smith?

―Um… creo que lo habíamos presupuestado en ciento cincuenta señora Marlow. Comprenderá que los gastos son muchos: comunicaciones, rastreo las veinticuatro horas, transporte y muchas muchas cosas más… Pero deberá valer, por el momento―le hago saber con un ensayadísimo tono de comprensión en mi voz―. Ahora, si me permite, le acompañaré a la puerta…

La señora Marlow es tan menuda que podría ser un gnomo. Como sus pies no tocan el suelo se deja caer de la silla con un gracioso saltito. Yo ofrezco mi huesuda mano como apoyo y la acepta de buen grado. Míranos, ¡qué hermosa pareja! Caminamos así, como lo harían un nieto y su abuela, hasta la puerta de salida. La abro y le invito a abandonar la oficina con la mayor de mis cortesías y mis mejores deseos.

―Un momento, un momento, señor Smith…

Justo cuando está apunto de abandonar la estancia se gira y me mira a través unas enormes gafas de culo de vaso.

―Sé que no puedo pagar todos sus honorarios señor Smith, pero espero que eso no sea un problema para la investigación. Sea sincero, por favor, ¿de verdad creen que encontrarán a mi pequeño Bigotitos?― dice con un ovillo en la voz.

Seth observa la estampa apoyado en el borde del cenicero de la mesa del despacho. Intenta contener la risa, pero casi se atraganta mientras fuma una especie de puro que ha compuesto con una hebra de tabaco y un minúsculo trocito de papel de estraza.

Me agacho para enfrentar la preocupación de la señora Marlow y busco que mi voz suene tan grave como la honda preocupación que me acaba de confesar.

―Me ofende señora Marlow, ante todo somos profesionales. Créame, lo encontraremos.

―Dios le bendiga señor Smith, a usted y a su encantador compañero―agradece con sinceridad― . ¿Sabe cuándo estará por la oficina? Me temo que aún no nos conocemos y usted siempre me habla tan bien de él…

―Gracias señora Marlow. Como sabe mi compañero tiene una vida… ocupada. Ahora se encuentra en un congreso de detectives en Múnich, pero regresará en un par de semanas. Seguro.

―Eso es impresionante, su compañero debe estar preparadísimo… Múnich nada menos… Múnich…Oh señor Smith, aún recuerdo mi luna de miel por el viejo continente. Fue una época maravillosa. Los paseos por el Támesis, los verdes campos de Normandía, los atardeceres del Algarve portugués… Y Henry, era tan apuesto, tan atento…

Ay no, allá va otra vez. La historia del marido muerto no por favor. Tengo que zanjar esto y rápido. Me incorporo y me sitúo a su espalda mientras me mira con cara de incredulidad. Después la agarro de los hombros, con una fuerza que no sería recomendable en ningún caso aplicar al frágil cuerpo de una persona de setenta y cinco años, y la obligo a salir de mi oficina.

―Sí, sí… Henry, Henry… Qué pronto se lo llevó Dios, una pena señora Marlow, una auténtica pena. Cuidado con el escalón, eso es. Seguimos en contacto ¿eh? Ea, ea, ¡adiós!

―… era el hombre de mi vida, ¡Nunca habrá uno igual! Un auténtico hombre, de los que ya no quedan señor Smith: un caballero fuera de casa, un potente semental en la alcoba…

―Sí, si Henry era maravilloso― ¿he oído semental?―. Venga, adiós. ―vaya, la señora está fuerte, no puedo con ella, sus pies han echado raíces en el umbral de la puerta y no se va la jodida.

Retrocedo un paso para coger impulso y con un fuerte empujón consigo echarla de la oficina. Sin embargo, me invade el horror al comprobar que sigue parloteando como si nada e intenta acceder otra vez al interior, así que: ¡Blam! ¡Clak, clack!, cierro la puerta de un golpazo, echo rápidamente la llave y pongo el pestillo .

―…era algo poco frecuente, incluso puede que aún lo sea señor Smith. Yo siempre he sido una mujer muy imaginativa en la intimidad y Henry sabía complacerme… ¿Señor Smith? ―pregunta al darse cuenta de que ya no estoy a su lado y que se encuentra sola en el rellano. Espero unos segundos y veo como su silueta a través del cristal translúcido de la puerta se va haciendo más y más borrosa hasta desaparecer por las escaleras. Lo he conseguido, otra vez: la señora Marlow por fin se ha ido.

Me acerco al escritorio y me recuesto exhausto en mi sillón tapizado en la más barata polipiel. Seth, aún acomodado en el borde del cenicero, apaga su improvisado puro mientras tose profusamente a causa de un ataque de risa.

―Venga, menos pitorreo. Bastante mal lo tengo que pasar ya lidiando con esta gentuza.

Seth se seca un par de lagrimones antes de responder.

―Perdón jefe, de veras. Pero esto de Henry el Semental es nuevo…―dice conteniendo una nueva carcajada― Ay, en fin. ¿Cuánto le daremos esta vez a Bigotitos?

―Umm… la última vez lo liberamos demasiado rápido, hay que hacer que pague por lo menos un par de veces por «caso», si no el esfuerzo de cazarlo y meterlo en la caja no sale rentable.

―Bien, le damos pues otra semana más. ―se pone unas pequeñas gafitas y las ajusta hasta apoyarlas en su probóscide― Apunto «comprar pienso de gato senior», si le damos solo bazofia este cabrón es capaz de palmar.

―Sí, bien pensado.

―Oye, jefe ¿crees que se huele algo? A estas alturas ya se debería oler algo, digo yo. Esta cual será ya, ¿la cuarta? ¿la quinta vez?

―Diría que la sexta por lo menos. Pero no te preocupes. Acuérdate de que la tercera vez pensaba que su gato había desaparecido por primera vez… Así que podemos estar tranquilos. Pobrecilla, quizá cuando se lo entreguemos en esta ocasión deberíamos parar por un tiempo. No hay que forzar la máquina.

―No sé jefe. No me diga que se va usted a ablandar a estas alturas, no olvide que es una de nuestras mejores «clientas».

Lanzo un suspiro al aire que asciende hasta ser dispersado por un destartalado ventilador de techo. No. No puedo perder el foco ahora. Seth tiene razón: no me puedo ablandar. Necesito cada billete, cada céntimo. Cada «cliente»: por senil, demente, yonki, conspiranoico, hipocondriaco, celoso o intrigante que sea.

―Ya veremos Seth, ya veremos… ¿Qué más tenemos esta semana?

Seth repasa cuidadosamente la agenda, hace un par de enérgicos tachones y dice:

―Vamos a ver… Para esta semana tenemos el seguimiento del marido de Joana; se quedó con ella el viernes veintiuno para dar parte de nuestros progresos. Por otra parte, hay que comprar más ambientadores de pino jefe, se lo tengo dicho, la vieja no lo notará, pero cualquiera que esté en sus capacidades que entre en esta oficina potaría por el olor… Mala prensa, jefe, mala prensa mala para el negocio ―pongo los ojos en blanco, ¿es que nunca me va abandonar este maldito olor pútrido? ―. Y.… a ver, a ver…―vuelve a mirar la agenda con detenimiento― Sí, concerté cita con Candela la pitonisa… Este jueves a media noche en su local, me insistió en que no hagamos como la última vez o no nos atenderá más. Tengo apuntado en rojo: «no dejar que el jefe entre en pánico».

He entrado en pánico. Mi ajado corazón zombie golpea mis costillas con tanta fuerza que parece que se van a partir. Esa pitonisa me da mal rollo. La última vez fue traumático, amén de los destrozos que le causé en aquel insufrible estado catatónico. No quiero ir. Además, no es barato. Ella es la principal responsable de mi actual obsesión por el dinero… Los honorarios de esa condenada bruja están cerca de los quinientos pavos por sesión, nada menos. No quiero ir por nada del mundo. Pero tengo que hacerlo.

―Eh, eh, no se ponga así jefe. Ya lo hemos hablado: esa mujer es su única opción. Sí, la última vez pasó un mal rato, pero la pista era buena. Centrémonos en lo que es mejor para el caso, ¿sí? Debe relajarse. Deberíamos salir y tomar una pinta en el «Dubliners». Le sentará bien, créame.

Es sorprendente cómo Seth, este moscardón que fuma más que respira, ha llegado ser absolutamente imprescindible para mí. No sólo realiza labores de secretario, contable y psicólogo a tiempo completo, si no que además es un amigo, casi un hermano, incondicional. El único ser vivo en quién puedo confiar ahora mismo. Todos los demás de una forma u otra me desprecian: les doy asco, risa, pena o miedo. A veces simplemente la gente hace como que no me ve. Prefieren pensar que no existo: que este aspecto oculto tras una ropa que me sienta peor que mal, que esta horrenda cara tapada a medias por kilos de maquillaje y por las altas solapas de la gabardina, son fruto de su imaginación.

Pero con Seth es distinto. Tenemos un fuerte vínculo desde el principio. Vale, estoy muerto. O debería estarlo por lo menos. Eso ya es insólito. Pero, ¿cómo es posible que pueda comunicarme con un invertebrado como Seth? Es una pregunta legítima querido lector, sin embargo, como casi todo lo que acontece en mi vida, la explicación es tan bizarra como el hecho que pretende explicar.

Todo empezó hará más o menos un año, a varios metros bajo tierra. Yo entonces sobrevivía en una alcantarilla. Aún no me atrevía a salir a la superficie. Todo era muy confuso, ¿sabéis? Por aquel entonces yo era un animal carente de raciocinio alguno. Nada que ver, por supuesto, con el audaz detective que ahora soy.

No tenía nada. No tenía recuerdos ni identidad alguna. Tras la muerte mi mente era un yermo en el que permanecía enterrado todo lo que alguna vez me hizo ser yo. Lo único que tenía era la ira. Una ira cáustica. Un sentimiento tan brutal que me hacía golpear las paredes de las galerías, arrancarme la piel a tiras y gritar a las ratas. Además, tampoco tenía ropa. Sí, sí, como lo oís, iba en pelotas. Una cosa muy indecente incluso para un zombie que vive en una alcantarilla. Mi condición bestial me dominaba. Me pareció pasar así mucho tiempo… Semanas, por lo menos. Hasta que conocí a Seth.

Nuestro primer encuentro fue tan peculiar como cabría esperar. Yo, exhausto tras haber vagado gruñendo durante horas por todo el sistema de aguas residuales de la ciudad, había caído rendido bajo una enorme arqueta.

A través de la tapa de la alcantarilla se filtraba un pequeño hilo de luz que descendía gentil hasta mi rostro, de haber podido hubiese dormido para siempre. Algo me decía que vivir debía haber sido doloroso, pero no morir era un tormento insoportable.

Cerré los ojos e intenté concentrarme en la calidez de aquel pequeño rayo de luz. Agudicé el oído y percibí la vida en la superficie: unos tacones percutiendo en la tapa de hierro fundido, el vibrante ritmo del tráfico, las conversaciones matinales de la gente, el estruendo provocado por unas obras cercanas…

Inmerso en todo ello, me sentí relajado. No entendía por qué, pero la pulsión de la ciudad sobre mi cabeza me resultaba reconfortantemente familiar. Me encontraba en ese extraño estado de ¿paz? cuando note que algo revolvía mi mente. Al principio casi daba gustito, pero al rato comenzó a volverse irritante, hasta el punto de que la calma que tanto me había costado alcanzar se diluyó por completo en las oscuras aguas de la red de alcantarillado.

― ¡Au! Aueuuue… ¡Au! ¡Au! ―alcancé a farfullar con mi, por aquel entonces, primitivo lenguaje.

No, eso que me revolvía la mente no era un pensamiento, era algo físico, algo que hurgaba en mi materia gris como si la estuviese desmenuzando con una cuchara.

―Eh ¡Eh! ―advertí a lo que fuera que había en el interior de mi cabeza.

Pero no dio resultado, el manoseo cerebral no cesaba, así que comencé a golpear violentamente mi cabeza contra la encharcada superficie de la galería donde me encontraba. Cada golpe hacía rebotar mi sesera por todo mi cráneo, pero el insoportable picor continuaba torturándome, así que me incorporé, cogí impulso y, empleando mi cabeza como si fuese un ariete, asesté un potente topetazo a la pared de la galería que hizo que parte de mi hueso parietal se resquebrajara. Sin embargo, lo había conseguido: el picor había cesado.

― ¡Pare! ¡Ya no lo haré más! ¡Pare o nos matará a los dos! ―gritó el algo que fuese desde las profundidades de mi cráneo.

―¿Ahghaaaaa?―alcancé a preguntar con total elocuencia. Entonces noté como algo se arrastraba del interior de mis sesos y abandonaba mi cavidad craneal para salir al exterior. Después pasó por mi rostro hasta llegar a lo que quedaba por aquel entonces del puente de mi nariz, hoy en día ya sustituido por un elegante prostético de bazar.

―Mire no quería importunarle. Llevo ya un tiempo con usted y nunca habíamos tenido ningún percance. Habré tocado algo que no debía, ruego que me perdone.

El «algo» en cuestión que, como luego me confesó, había estado alimentándose de mi materia gris durante semanas, no era nada más ni nada menos que Seth, una pequeña larva de mosca en aquel momento.

―Estoy en un estado larvario todavía, entiéndame. Aquí abajo hay muchos peligros para alguien en mi situación… ¡He visto hasta serpientes! ¡Jodidas serpientes señor! Comprenderá que su cráneo suponía un refugio de lo más conveniente hasta alcanzar mi etapa adulta.

Asentí, era razonable. Él también sufría una situación desesperada, pero no por ello podía seguir empleando mi cerebro como quién se atiborra en un buffet libre.

―Oh, qué curioso. Veo que es usted capaz de comprenderme. Es extraño, me encanta hablar, pero nunca había conseguido entablar conversación con otro ser que no fuese de mi misma especie.

Cierto, era muy raro. Yo tampoco había conseguido entender a ninguno de los seres que poblaban las alcantarillas. Convenimos con el tiempo que el consumo de mi cerebro era la causa más probable para la improbable comunicación entre una mosca y un detective zombie que investiga su propia muerte.

―Veo, por su expresión, que usted también está confundido. Sin embargo, es muy conveniente que nos podamos comunicar. No quiero meterme donde no me llaman, pero estos días que le he estado… «acompañando» por así decirlo, he podido notar que usted también está pasando por graves apuros. Y bueno… He pensado que quizá podríamos ayudarnos mutuamente. Yo me comprometo a no consumir nunca más su materia orgánica y a asistirle en todo en lo que esté en mi mano. A pesar de mi corta edad, tengo amplios conocimientos de estos túneles que podrán resultarle de gran utilidad. A cambio únicamente le pido protección de los peligros que nos rodean, hasta que no tenga mis alas soy presa fácil como comprenderá.

Lo pensé unos instantes: ¿Qué demonios podía aportarme una alianza con una mosca en estado larvario? Sin embargo, me bastó una sola mirada al terrible reflejo que devolvía el charco bajo mis pies para comprobar que, en la situación en la que me encontraba, mi destino más probable era un rápido y amargo descenso a la locura.

Bien, mi cuerpo se estaba descomponiendo. No iba a dejar que pasase lo mismo con mi mente. Intuí que la compañía de aquella intrépida larva de mosca podría serme de utilidad, al menos, para tener la compañía que tanto ansiaba. Quizá no tenía nada pero a su lado tendría, mal que bien, a alguien.

Me encogí de hombros como respuesta a su propuesta.

―¡Excelente! ¡Excelente señor! No se arrepentirá. Sé que a primera vista puede parecer que no tengo mucho que aportar pero poseo muchos talentos, créame. ―dicho esto, se arrastró hasta mi dedo índice y, creo que me pareció ver a pesar de lo minúsculo de su cuerpo, como extendía lo que debía ser su cabeza y realizaba un simpático saludo― No nos hemos presentado. Yo soy Seth, encantado.

Levanté ligeramente la tapa de los sesos fracturada a modo de respuesta y rebusqué en mi interior en busca de un nombre. Llevaba un tiempo ya pensando en ello y, fuese mi nombre real o uno que me había inventado (todavía no tengo ni idea de cual de las dos opciones será la correcta) simplemente solté:

―Fraghhghnk… Frank, Smithhh…

Y ese fue el comienzo de nuestra bonita amistad. Enternecedor, ¿verdad?

―¡Jefe! Se ha quedado pillado otra vez. Hay que espabilar, alguien llama a la puerta, creo que es Igor.

Vaya, parece que me había quedado mirando a las musarañas. No sé por qué pero me gusta rememorar como conocí a Seth. Quizá os pueda contar más al respecto en una ocasión menos apremiante…

Es cierto: alguien llama a la puerta. Hace rato que ha dejado de pulsar el timbre y ahora los golpes cada vez son más fuertes y amenazan con tirar la puerta abajo. Salgo de mi ensoñación, me levanto como un resorte y me dirijo hacía la entrada de la oficina.

―¡Ya basta, que ya te hemos oído! ¡Enseguida abro!―grito al corpulento hombre tras la puerta mientras intento quitar el pestillo con una mano y sostengo mi revólver con la otra.

Súbitamente cesa el aporreamiento y una voz grave comienza a lanzar terribles (y ciertas) afirmaciones sobre mi persona:

―¡Frank! ¡Sal de ahí, maldito cobarde! Es la última vez que te lo digo: paga el puto alquiler o te corto los huevos, ¿estamos?

Confirmado: es Igor, mi encantador casero. Me alquila esta destartalada oficina por un precio desorbitado para un barrio de mierda como este: 1000 pavos al mes nada menos. Es un energúmeno y un usurero, pero no pasa nada tengo todo bajo control.

―Tranquilo Igor, no hace falta que vengas de estas maneras. Tengo lo tuyo ¿vale? Venga, dime cuánto te debo. ¿Uno? ¿Dos meses?

Puedo oír su pesada respiración a través de la puerta.

―Cinco mensualidades Frank. ¡Cinco putas mensualidades!

Ups. Pensé que era menos. Vale, pues entonces no tengo el dinero. Os lo dije: ser un detective zombie que investiga su propia muerte puede ser realmente caro. Y, además, darle la pasta a este mastuerzo me dejará sin fondos para pagar a Candela y para el resto de la investigación.

―Esta bien, esta bien. Puedo darte la mitad ahora y la otra mitad la semana que viene, ¿qué te parece?

―Lo sabía, nunca tendría que haberte alquilado el local con esas pintas que llevas. No tienes vergüenza Frank, te lo advertí, ¡te lo advertí!―se hace el silencio por unos segundos, agarro con firmeza el revólver― Se acabaron las putas oportunidades Frank. Abre la puerta. ―oigo el inconfundible sonido de bombeo de una escopeta de corredera al otro lado― Abre ahora mismo o reviento la puerta a escopetazos.

Se pone seria la cosa.

―Yo me encargo jefe. ―sentencia Seth. Sale volando desde el cenicero, se dirige a la puerta y pasa por debajo del umbral para llegar al otro lado. Después remonta el vuelo, se acerca al oído derecho de Igor y empieza a realizar sus mejores zumbidos de distracción.

― ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! ¿Qué? ¡Ah! ¡Ah! ¡Quítamelo! ¡quítamelo!

¡Bum!¡Bum! Dos sendos escopetazos resuenan al otro lado de la puerta e impactan en algún lugar del rellano.

― ¡Estás cazando moscas a cañonazos, capullo! ¡Muajajaja! ―ríe triunfal Seth mientras revolotea y zumba de una oreja a otra de Igor.

Aprovecho el momento. Quito el pestillo y abro la puerta. La estampa es tan cómica como lamentable: «Hombre adulto de casi dos metros de altura intenta matar a una mosca con una escopeta Mossberg 590» sería el titular de un hipotético reportaje. Sin perder ni un segundo agarro el cuerpo del arma con una mano al mismo tiempo que descargo un culatazo de mi revolver en el rostro de Igor. Esto hace que tambalee por unos segundos descuidando el agarre de la escopeta, permitiéndome desarmarlo sin mayor dificultad. Se lleva la mano a la herida que le he provocado en la frente y que ahora sangra a borbotones entre maldiciones.

―Volveré Frank. Estás acabado, esto no quedará aquí.

Le apunto con el revolver y la escopeta a la vez.

―Estas cosas me espantan a los clientes, así nunca te voy a poder pagar Igor. Tienes que ser más comprensivo con tu inquilino ¿no te parece? Ahora aparta de mi vista. Si te vuelvo a ver por aquí te mataré.

Parece captar el mensaje. Escupe en el suelo y cubriéndose la herida se aleja escaleras abajo. Vuelvo a la oficina y pongo el cartel que anuncia «Cerrado, disculpen las molestias» en la puerta.

―Esa ha ido por los pelos, te debo una compañero.― agradezco a Seth.

―No hay de qué jefe, es parte del trabajo. Pero Igor tiene amigos en el barrio. Quizá deberíamos pensar en buscar otro sitio donde asentarnos.

Sí, deberíamos. Será caro.

―Tienes razón, no podemos operar más desde aquí, tendremos que pensar en algo mejor. Y ahora vamos al Dubliners, ha sido un día largo y necesito tomar una pinta con el mejor compañero que podría desear. ―digo con total sinceridad mientras doy unas palmaditas en mi hombro invitando a Seth a subirse en él.

Mientras paseamos por el barrio dirección al pub y observo como los bloques de hormigón se tragan el atardecer llego a una irrefutable conclusión: no existe el «Co» de «Smith & Co», pero jamás de los jamases habrá un Frank sin un Seth.

¿Algo que decir, Viajero?

Otras textos del estante Relatos cortos

7 de octubre de 2025
Custodio:
Leer