de los
Perdidos
Cuando el eco del tercer golpe se ha desvanecido entre la frialdad de la noche, las pesadas hojas de vetusta madera crujen como si se revelasen ante la intrusión que las aparta de su prolongado sueño. Pero la resistencia es fútil, un viajero aguarda frente al umbral de la Biblioteca y esta debe despertar. Ante sus dubitativos ojos, el primero de una miríada de secretos le es confiado, cuando las entrañas del edifico se revelan ante él y el soplo de un aire cálido reconforta sus huesos. Un solo paso es suficiente para dar comienzo a su iniciación.
Ya en el interior, el olor de la tinta, el polvo, la madera y el papel lo envuelven todo. El largo corredor que se muestra ante él; iluminado caprichosamente por luces que bailan frenéticamente excitadas por el aire fresco y nuevo que, por primera vez en mucho tiempo, ha penetrado aquella estancia, seduce sus pasos. Conforme más avanza, más se apodera de él la idea de que todo lo que va dejando atrás desaparece, es erradicado de la misma existencia para dejar únicamente aquello que yace frente a sus pasos. Esta idea le atrapa y se convierte en su única realidad, arrastrándolo hasta lo más profundo de su travesía.
De repente, la oscuridad ante él cobra vida materializándose en una presencia tan majestuosa como enigmática. Frente a él se alza un cuervo de proporciones imponentes, su figura tallada de la nada y la noche, una encarnación de oscuras sombras etéreas que se mueven y ondulan como si estuvieran vivas. Este ser extraño lleva encima partes de una armadura pétrea en ruinas bajo la que se vislumbra un haz de luz ambarino titilante. Sobre la piedra hay inscripciones ininteligibles que se asemejan al eco de todas las lenguas que alguna vez se hablaron en el universo. El viajero se acerca hipnotizado por su curiosidad para intentar descifrarlas, pero se encuentra con dos diamantes de hielo que lo miran fijamente y rompen así el hechizo. El cuervo parece evaluar al viajero, sopesando su valía y su deseo de adentrarse en los dominios del conocimiento prohibido y dejar atrás su vida anterior.
—Sígueme —dice con una frialdad de ultratumba y una voz extrañamente humana, alumbrando con un farol de cristal el camino entre las estanterías que no tienen fin.
Guiado por este curioso psicopompo, atraviesa corredor tras corredor, sala tras sala, estantería tras estantería tras estantería hasta que la criatura se detiene y con un majestuoso movimiento de mano, le indica que prosiga su camino. El viajero duda; frente a él, tres figuras encapuchadas cubiertas por largas túnicas negras conversan sin percatarse de su presencia. Para escuchar sus voces, debe aproximarse más.
—…lo que estoy diciendo es que resulta confuso, sólo eso —dice la primera de las figuras, limpiando cuidadosamente sus pequeñas lentes mientras otra le observa con los brazos cruzados y la tercera da una calada a su pipa.
—Nuestro sistema funciona perfectamente —contesta la segunda voz con resolución. Desde la sombra de su capucha, que apenas deja ver sus labios rojos, se intuyen unos finos colmillos que relucen brevemente mientras habla. Lleva una copa de vino tinto en una mano, y sus dedos pálidos, adornados con uñas afiladas color carmín, sujetan la copa con elegancia y amenaza.
—¿Perfectamente? Qué me dices de esto —con grandes zancadas se aproxima a una de las estanterías, sopla para retirar el polvo de una pequeña placa de bronce y se ajusta las gafas antes de leer—. «Libros para pensar en tus enemigos durante una noche lluviosa». ¿Qué se supone que significa eso?
—¡Uh! ¡Tomaré prestado uno! —grita la tercera figura, mientras se abalanza sobre uno de los libros y lo aferra por el lomo con la mano libre.
—Si no me equivoco está nevando, no lloviendo… —responde con tono irónico. Su voz resuena bajo la capucha mientras juega distraidamente con la copa entre sus dedos.
—Bueno… la nieve y la lluvia no dejan de ser agua que cae del cielo ¿no? —interviene la tercera voz siguiendo con la mirada los tentáculos de humo que escapan hacia el techo.
—¿Et tu? —le señala con la copa, el vino a punto de derramarse. Él, no sin refunfuñar antes, aparta la mano del libro y vuelve a colocarse la pipa entre los labios.
—A ver, dejando a un lado pequeñas cuestiones de interpretación sobre la naturaleza de las precipitaciones acuosas, tampoco es que podamos hacerlo mucho mejor. Por ejemplo, detrás de esas puertas de piedra —dice señalando con la pipa— están todos los libros que aún no han sido escritos. ¿Cómo pretendes catalogar eso?
—En realidad, creo que por ahí se iba a la sección de libros que no serán escritos —comenta con un tono de resignación la segunda voz, mientras un destello de luz hace que sus colmillos se vean aún más pronunciados bajo la luz tenue.
—¿En serio? ¿Por las puertas de piedra?
—¡Veis! Si ni siquiera nosotros nos aclaramos con dónde van las cosas, ¿cómo se van a aclarar los visitantes?
—Oye, Wülf… esos visitantes de los que hablas, ¿están aquí con nosotros? ¿Te están hablando ahora mismo?
—¿No te estarán pidiendo que quemes cosas? —pregunta la segunda figura con cierta esperanza en su voz.
El viajero se aclara deliberadamente la garganta para hacer notar su presencia, ante lo cual las tres figuras encapuchadas se giran como resortes, pero sólo una avanza hacia él e, incluso bajo la profunda negrura que proyecta la capucha sobre su rostro, puede intuirse una sonrisa de suficiencia.
—Mi nombre es Wülf, Paul Wülf. Bienvenido a la Biblioteca de los Perdidos.