«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
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9 de marzo de 2025

¡A las puertas!

Custodio:

Tras su mítico casco, que imita la apariencia de un intimidante león, ruge el Comandante de los Ejércitos.

—¡Soltad! ¡Por Katarine! —ordena Máximus Rex, Héroe del Presagio y León dorado de Katarine, desde lo alto de la muralla.

Las mortales flechas de la Guardia Insomne devuelven al infierno a unos cuantos porteadores bárbaros, más el inquietante ariete, con una pesada pieza de hierro que recuerda a la cabeza de un furibundo buey en su extremo, no detiene su marcha. La fama de los hombres del este es cierta: son tan resistentes y fieros como las escarpadas montañas que los vieron nacer.

Desde tu posición, a pocos metros de Maximus y detrás de la línea que forma la Guardia Insomne a lo largo de la muralla, compruebas que cada andanada, lejos de disminuir la moral del enemigo, no hace si no espolear la furia de los miles de hombres y bestias que os asedian. Si ni siquiera los Insomnes, la élite de los arqueros del reino, entrenados durante toda una vida, vigilantes hasta el último aliento, les hacen retroceder… ¿Qué puede hacer un recluta novato como tú? El miedo controla tu mente y tu cuerpo: sabes que no pararán hasta reventar con infinita furia, de una vez y para siempre, la puerta de entrada a la ciudad. Y después encontrarás tu fin.

— ¡Qué llueva muerte! ¡Otra vez!

Observas a los bravos arqueros. Sus flechas doradas, presas en la tensión de los más exquisitos arcos del imperio, concentran toda vuestra esperanza ante las hordas que os asedian. Sin embargo, cuando finalmente disparan contra el enemigo, la sombra de la derrota empieza a quebrar vuestros espíritus.

—¡El ariete sigue avanzando!, ¡Preparad la cal viva! — Oyes desde tu posición.

Miras a tus compañeros de armas, buscando el valor que nunca tuviste, pero encuentras en sus rostros la viva imagen de la desesperación. Sois poco más que un puñado de campesinos mal armados y entrenados. Huele a sudor y orín entre la carne de cañón. Cuando la primera oleada llegue, todos sabéis que seréis sacrificados sin miramientos en el nombre del reino. Maldices a Korvax, el hijo traidor de vuestro anciano soberano que ha traído la guerra a las mismas puertas del corazón del imperio. ¿Qué le habrán prometido los demonios de las profundas cavernas del este a cambio de todo este sufrimiento?

En este momento no importa. Sabes que cualquier pensamiento que no se dirija al aquí y al ahora es un desperdicio. Nunca has tenido valor, cierto, pero eres un joven observador al extremo. Las historias de tu padre en antiguas batallas, las formaciones y estrategias, resuenan en el eco de tu memoria. Lees el campo de batalla y visualizas como se resolverá cada fase del combate.

Al avance del ariete se suma ahora el estruendo de las torres de asedio que comienzan a desplazarse. Los escorpiones reales, letales piezas de artillería, descargan virotes flamígeros hacia las torres, pero están chapadas con algún resistente metal que anula cualquier daño. No sabes qué clase de guerreros enemigos (hombres o demonios) estarán esperando en su interior, pero sí que es cuestión de tiempo que alcancen las murallas.

Miras al plomizo cielo gris en busca del favor de algún Dios al que, sin duda, nunca te mostraste suficientemente devoto. Cuando crees que es el principio del fin notas como, súbitamente, se te eriza el bello corporal, cómo la atmósfera cambia. Justo cuando la moral ya no encontraba un punto más bajo entre vuestras filas, unas terribles descargas eléctricas de color púrpura atraviesan con furia las nubes y toman tierra, generando una terrible explosión que provoca cientos bajas y una momentánea confusión entre las filas enemigas. Elandra la hechicera, Jinete de Constelaciones, está de vuestro lado.

—¡Míos son los secretos de los cielos! ¡No temáis! — Hace saber a las huestes. Después se tambalea, visiblemente debilitada por el esfuerzo que se ha cobrado su hechizo, y varios hombres la sostienen para que no desfallezca por completo.

Vuestras esperanzas se ven renovadas. «¡Vivan los héroes del Imperio!» vitorean tus compañeros. Máximus Rexaprovecha la oportunidad, no dejará caer la moral de las tropas: desabrocha su hermosa capa con su característico león bordado y la anuda en el extremo de su legendaria lanza.Hace sonar su potente cuerno de guerra, agita el improvisado estandarte, y lo alza hacia el cielo. Los hombres se preparan y el León Dorado ruge con todas sus fuerzas:

—¡Insomnes! ¡Infatigables vigilantes del reino! ¡Vuestra mirada contempla el abismo desde tiempos inmemorables! Una vez más, haced valer vuestro juramento. ¡Soltad!

Los insomnes obedecen. Todos los disparos alcanzan su blanco. Las vidas de los bárbaros del este que portan el ariete son segadas con una precisión sobrehumana y la temible arma de asedio cae a las puertas de la ciudad. La intimidante cabeza de buey que la presidía yace derrotada, formando una hondura en el suelo terroso debido a su inconmensurable peso de varias toneladas. Las puertas de Katarine permanecen intactas.

Sin embargo, no hay tiempo para celebrar ninguna victoria. Como habías previsto, la mayoría de torres de asedio alcanzan su destino. Las titánicas máquinas comienzan a aferrarse violentamente con sus puentes a la legendaria muralla de la ciudad. Algunos arqueros Insomnes comienzan a retirarse a mejores posiciones, tras de ti la infantería pesada ya empuña sus armas de filo, mazas y lanzas, preparada para lo que surja de las torres.

Es la hora de la carne de cañón. Dispones el escudo y la espada de tu padre para la batalla. Armas tan sencillas y bastas que serían la deshonra de cualquier casa noble de Katarine. Una de las torres se sitúa próxima a tu posición. Su pesado puente metálico, empleado para establecer un paso entre la torre de asedio y la muralla, cae con violencia, haciendo saltar cascotes de piedra en todas las direcciones y levantando una gran polvareda.

Vuestra formación es sumamente deficiente. Algunos de los hombres no portan escudo alguno o no son capaces de levantarlo, debido a su avanzada o, por el contrario, corta edad. Próximo a vuestra posición Máximus Rex continua con sus arengas, pero no emite ni una sola orden razonable. Jamás cuestionarías la cordura del León Dorado, pero su actitud temeraria es cada vez más patente.

Lo sabes: estáis solos. Como escudo humano que sois, contendréis a lo que sea que salga de la monstruosa torre de asedio que se encuentra frente a vosotros. No eres un buen guerrero, pero eres observador.

—¡Escuchad! ¡Escuchadme todos! — gritas con más desesperación que autoridad. —¡Lanzas al frente!

La carne de cañón se muestra confusa. Los hombres que portan algo parecido a una lanza evitan darse por aludidos.

—¡Ya! —dices rompiendo la parálisis. —¡No hay otra opción! ¡Rápido!

No todos te obedecen, pero consigues que el grueso de los hombres forme un muro de lanzas.

—Espadas y escudos atrás. ¡Lanzas dispuestas! — bramas a la carne de cañón.

Ojos rojos. Ojos rojos entre el humo y la polvareda. Unos ojos que brillan con llamas infernales en los cuerpos de lo que antaño fueron hombres salen del interior de la torre de asedio a tropel, con una furia y fuerza sobrehumanas que derriban con facilidad a los primeros hombres de vuestra formación. Portan pesados mandobles y hachas que trituran cuero, acero y carne por igual, causando decenas de bajas entre vuestras filas. Sin embargo, su envite va perdiendo fuerza, y poco a poco quedan ensartados y enmarañados entre las lanzas; la formación resiste de forma milagrosa.

Ordenas al resto de la carne de cañón que se una al combate, y te sumas a ellos de la forma más prudente posible. «Seré más útil vivo para estos hombres» te dices, y cada vez crees más en esas palabras. O, al menos, quieres creerlas. Tras unos minutos, con ayuda de la infantería pesada y las milagrosas flechas de la Guardia Insomne, parece que habéis conseguido contener a los atacantes. No obstante, las incontables e infatigables hordas enemigas siguen ascendiendo por las torres a lo largo de todo el perímetro de la muralla. La situación podría durar horas. Sabes que, agotados y superados en número, es cuestión de tiempo que el enemigo tome las murallas.

—¡Invocación! ¡Invocación! —escuchas entre el fragor del combate.

Un gran terremoto sacude todo el terreno bajo vuestros pies, algunos hombres pierden el equilibrio y la muralla se agrieta en varios puntos. Habías oído las historias, pero nunca creíste que fuesen ciertas.

En las mismas puertas de la ciudad, la cabeza de un demonio de proporciones colosales se alza por encima de la muralla. Sus retorcidos cuernos negros, de más de tres metros de longitud, coronan un cráneo rojo y deforme. Su mirada se clava desafiante en Máximus Rex. El León Dorado jamás ha rechazado un desafío.

—¡Acabad con ese engendro! — ordena, sin dar mayor explicación.

Entonces la cal viva comienza a llover sobre el demonio, litros y litros queman la superficie de su piel. Una gran nube de humo emana del cuerpo de la bestia, pero no parece haber sufrido apenas daños, tan sólo se aprecian algunas partes requemadas en su rostro y en sus hombros. El demonio emite una risa gutural, procedente del abismo infernal del que salió, y entonces recoge sin dificultad alguna el ariete de varias toneladas que yacía en el suelo dispuesto a embestir las puertas.

Tiemblan los cimientos mismos de vuestra civilización. Un terrible golpe sacude las puertas de entrada a la ciudad. El contrachapado metálico salta por los aires ante el envite de la cabeza de buey y la madera de roble milenaria queda expuesta. Un par de golpes más y las puertas caerán.

Desde las torres próximas, la artillería de escorpiones dispara a la cabeza de la bestia. Dos pesados virotes atraviesan su cráneo de lado a lado, pero la bestia, encolerizada, continúa con su tarea. Con furioso ímpetu asesta otro golpe a las puertas, provocando que queden prácticamente reducidas a astillas. Un golpe más y las hordas demoniacas de Korvax tendrán acceso a la ciudad.

—¿Dónde está Elandra? ¡Maldita sea! — pregunta Máximus Rex.

—Aún no ha recuperado su aura señor…—responde uno de sus vasallos con temor.

—Está bien… ¡Lo haré yo mismo!

Entonces los ojos del héroe centellean tras el dorado metálico de la cabeza de león, agarra con fuerza su arma, toma carrerilla y realiza un espectacular salto desde lo alto de la muralla hacia el demonio, clavando con rabia su lanza en el cráneo de la bestia. Sin embargo, el demonio no parece sufrir perjuicio alguno por el ataque.

—¡Por Katarine! ¡Por el Emperador! ¡Regresa al averno bestia inmundaagh…! ¡¡¡¡¡Aghhhhh!!!!!

El monstruoso demonio ha agarrado a Máximus Rex con una de sus enormes zarpas. Después, lo alza y lo estruja con fuerza abollando su armadura y exprimiendo la sangre del héroe por el campo de batalla. El León Dorado ha sido víctima de su propia leyenda.

—¿Este es vuestro héroe prometido? ¡Patético! — se burla, con la lanza de vuestro señor clavada en el cráneo.

La bestia lanza entonces el cuerpo de Máximus Rex por encima de la muralla, hacia el interior de la ciudad. La grotesca imagen provoca una parálisis generalizada entre las filas defensoras. El pavor por la caída del León Dorado se extiende entre vosotros. El símbolo de todas las esperanzas del imperio se ha desvanecido ante vuestros ojos. La Guardia Insomne y la infantería pesada comienzan abandonar las murallas hacia el interior de la ciudad.

Vosotros, que ya teníais dificultades para mantener la posición, termináis por rendiros ante el flujo interminable de engendros de ojos rojos que salen a borbotones de la torre de asedio.

—¡Retirada! — ordenas a la carne de cañón.

Bajáis desordenadamente de la muralla, pasando por cuerpos de hombres aplastados por sus propios compañeros, hasta alcanzar las calles de la ciudad. Divisas varias barricadas en torno a las puertas de acceso a la urbe donde se comienzan a concentrar desordenadamente cientos de soldados. Otros huyen hacia el interior de la ciudad, junto con miles de ciudadanos, buscando refugio en el la Ciudadela o en la Universidad de Hechicería. Entre la confusión notas que alguien te señala.

—¡Tú y cuatro más! ¡Venid conmigo!

Es un caballero veterano del imperio que porta una imponente armadura pesada. Parece curtido en mil batallas. Os conduce a toda prisa hasta el interior de una vivienda de madera.

—Yo solo no puedo moverlo. Rápido, subid ahí y traedlo. Creo que le he visto moverse.

A través de larga escalera de madera, y con gran congoja, os dirigís junto al teniente a la parte superior del edificio. Cuando llegáis, puedes ver que el techo presenta un gran boquete, de aproximadamente dos metros de diámetro. Al principio deduces que se trata de un destrozo causado por la artillería enemiga, pero después te percatas de que Máximus Rex, Héroe del Presagio y León Dorado de Katarine, yace a tus pies.

El brutal golpe de su caída ha dejado una de sus piernas en posición antinatural. Te agachas para evaluar su estado y compruebas que nada se puede hacer ya por salvar su vida. Sin embargo, se mueve. Parece que intenta decir algo. Retiras con toda la delicadeza de la que eres capaz su casco. Nada queda de heroico en su rostro deforme.

Máximus agarra tu pechera de cuero con una fuerza inusual para su deplorable estado. De su boca emanan hilos de espesa sangre que se convierten en borbotones cuando intenta articular palabra.

—Tienes que… Tú… uuu… Tú… Eres… —dice con dificultad.

—¿Qué señor? — preguntas con apremio, sabedor que el próximo será el último aliento del mayor héroe del Imperio.

—El…. León… Dorado…—articula antes de morir.

Inmediatamente el veterano caballero se dirige a ti.

—No hay tiempo para lamentarse. Ya has oído. Rápido, ponte la armadura y no te olvides ese condenado casco de león. Si no todos te reconocerán. Si eres la mitad de sagaz de lo que demostraste en las murallas puede que tengamos una oportunidad. Me llamo Milton, por cierto, de la Guardia del Quinto Resplandor.

La Guardia… Los legendarios caballeros del imperio… Famosos por sus audaces y brutales cargas de caballería. Por donde pasan la tierra retumba y la hierba no crece.

—Yo… No… —respondes, sobrepasado por las circunstancias.

—Tú. Sí. Ahora.

Milton recoge el casco de león del suelo y te lo ofrece. Lo aceptas con ciertas reservas y compruebas que queda perfectamente ceñido a tu cabeza. Después tus compañeros te ayudan a vestir el resto de la ensangrentada armadura. Es imposible, pero el León Dorado sigue en pie.

—Perfecto. Vamos, señor. Las murallas apenas resisten y puertas están a punto de caer. Vuestro pueblo os necesita.

A pesar de lo desesperado de la situación, sientes tu confianza renovada. Cuando sales del edificio lo haces con la gallardía propia de lo que se espera de tu leyenda. Los hombres te miran boquiabiertos.

—No puede ser… — oyes decir a un joven soldado.

—Pero, ahí está, míralo, como si nada… —dice otro.

Escoltado por Milton, te abres paso en dirección a las puertas de la ciudad. Buscas a un mando intermedio y comienzas a organizar la defensa.

—Informe de situación— le ordenas.

—Oh, ¡Es un milagro señor! ¡Está vivo! —grita entusiasmado.

—Ninguno lo estaremos como no me proporcione la urgente información que requiero.

—Oh, por supuesto señor, sí señor. No tengo toda la información, pero hemos sufrido numerosas bajas. Muy numerosas. Las murallas están prácticamente tomadas por el enemigo. Calculamos que los hombres no resistirán más de una hora. En cuanto a las puertas de la ciudad… Creo que es mejor que lo vea usted mismo.

Las puertas deberían haber caído hace rato a manos del coloso demoniaco, pero Elandra, Jinete de Constelaciones, las defiende con su vida. La hechicera ha invocado un muro de energía que refuerza las puertas hasta hacerlas prácticamente indestructibles, permitiendo que los hombres se reposicionen y preparen para cuando las hordas demoniacas de Korvax irrumpan en la ciudad. Elandra intenta mantener la concentración para que el efecto del hechizo no se desvanezca, pero su aura energética se debilita cada vez más. Tienes que emplear sabiamente el tiempo que Elandra os ha concedido.

—Entiendo… Bien, convocad a todo mando que quede con vida: Insomnes, Infantería Pesada, hechiceros, caballería y…. milicia popular… —Te fuerzas a emplear el eufemismo, Máximus Rex jamás emplearía el indecoroso término de «carne de cañón».

Los hombres obedecen y, en pocos minutos, os encontráis reunidos en lo que hasta ayer era una más de las bulliciosas tabernas de la ciudad. Están presentes representantes de los diferentes segmentos del ejército. Uno de vuestros sirvientes despliega un mapa de la ciudad en una de las amplias mesas del local. Se hace el silencio. Todos escuchan al León Dorado.

—Las murallas tardarán poco en ser conquistadas, y las puertas aún menos en ser destruidas. Hemos de aprovechar el esfuerzo de Elandra y organizar la defensa de la ciudad. No tenemos apenas tiempo, si tenéis alguna sugerencia más vale que la digáis ahora.

—Muy cierto mi señor—dice Milton— si me permite, es obvio que una fuerza reducida debería bloquear la entrada de la ciudad, de esa forma ganaríamos tiempo para establecernos en alguno de los enclaves estratégicos.

Todos asienten. Hay consenso. Reflexionas sobre las palabras que acabas de oír. Es hora de que comiences a comportarte como un verdadero comandante de los ejércitos. Recuerdas las estrategias de batallas pasadas que tu padre te contaba de niño. Un sacrificio será necesario para ganar tiempo, pero ¿Quiénes tendrán que ser obligados a ser recordados como héroes?

—Permítame añadir, mi señor, —dice un joven hechicero— que debemos reunir los recursos necesarios para acabar con Korvax y su invocación… Como ya hemos visto, las armas convencionales no sirven… Quizá encontremos información al respecto en la Universidad de Hechicería…

—¡Eso es una locura! ¡Perderemos cientos de hombres en el intento! —clama uno de los presentes. — Debemos acudir a la ciudadela, es el enclave mejor pertrechado y….

—¡Insensatos! Si mancillan nuestra sagrada Catedral las hordas demoniacas se verán reforzadas, es imperativo reforzar el lugar santo. Además, sus catacumbas…

—¡Basta! —interrumpes con absoluta autoridad. — Silencio, necesito unos segundos para pensar…

Todos callan, expectantes ante la próxima orden del León Dorado. Observas el mapa y repasas mentalmente tus recursos…


Querido lector, te habla Paul Wülf, escritor de esta historia interactiva que consta de tres capítulos. Como León Dorado, está en tus manos decidir el destino de Katarine. Usa la información de la historia y tu propia intuición para conducir a tus tropas a la victoria y salvar la ciudad. Estos son los recursos a tu alcance en este punto de la historia, sin contar aquellos que pueden permanecer ocultos en ciertos puntos de defensa de la ciudad:

200 Guardias Insomnes: experimentados arqueros de élite, pero débiles en el combate cuerpo a cuerpo.

450 hombres de infantería pesada: soldados en armadura completa, equipados con espadas y escudos, o bien con mazas o lanzas.

2 hechiceros de la Universidad: sin contar con Elandra que se encuentra defendiendo las puertas, desconoces sus habilidades exactas. Quizá puedas encontrar mayor información en la Universidad de Hechicería.

550 hombres de la «carne de cañón», también conocida como «milicia popular»: hombres sin apenas experiencia militar y mal equipados… El verdadero Máximus Rex no hubiera dudado en sacrificarlos.

100 Guardias del Quinto Resplandor: caballería pesada, capaz de barrer a cualquier ser viviente con sus potentes cargas.

Las decisiones que has de tomar puedes indicarlas en la siguiente lista de elecciones:

Debes elegir quién defenderá las puertas para daros tiempo:

  • 4 – Carne de cañón o milicia popular (50%, 2 Votos)
  • 1 – Guardia Insomne (25%, 1 Votos)
  • 2 – Infantería pesada (25%, 1 Votos)
  • 3 – Elandra junto a los hechiceros (0%, 0 Votos)
  • 5 – Guardias del Quinto Resplandor (0%, 0 Votos)

Votantes totales: 4

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Por otra parte, debes decidir el siguiente punto de defensa:

  • 2 – Resistir en la Universidad de Hechicería (80%, 4 Votos)
  • 3 – Resistir en la Catedral del Quinto Resplandor (20%, 1 Votos)
  • 1 – Resistir en la ciudadela de la ciudad (0%, 0 Votos)

Votantes totales: 5

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Además, debes tener presente, que es un objetivo fundamental para la victoria eliminar al coloso demoniaco y al propio Korvax.

Sopesa sabiamente tus decisiones. La supervivencia de Katarine está en juego.

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7 de octubre de 2025
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