«Acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos».
Himno
de los
Perdidos
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En la inmensidad del silencio, entre el frío abrazo de los árboles oscuros y el olor a tinta, donde la nieve cae como un velo que cubre la tierra, camina un viajero. Solitario, con el aliento convertido en cristales de escarcha, sigue una senda que los mapas no marcan, un camino que parece dibujarse sólo a medida que avanza. A cada paso andado el entorno se vuelve más surrealista, desafiando su lógica y desgarrando el frágil tejido de su cordura, pero algo dentro de él, quizá la misma fuerza que hace que las flores busquen el sol, lo impulsa a seguir adelante.

Las huellas tras de sí desaparecen, borradas por una mano invisible, mientras los búhos, ocultos entre la espesura del bosque, ululan suavemente. Sombras etéreas danzan con el viento a lo lejos, seduciéndolo hacia lo desconocido y el viajero camina hechizado hasta ellas, sabiendo que cada paso lo aleja más de la vida que conocía, pero incapaz de resistirse al enigma. Es allí donde acunada por la bruma, en el punto exacto de la encrucijada de infinitos caminos, se alza la Biblioteca de los Perdidos. El viajero sabe que si girase la cabeza y echase un vistazo hacia el bosque, no sería capaz de encontrar rastro alguno de su existencia, así que con débil determinación abre la puerta de forja y se adentra en el jardín.

El sendero hacia la entrada está flanqueado por esculturas de piedra cubiertas por enredaderas repletas de flores marchitas y, bajo esa luz incierta, lo miran con unos ojos que parecen vivos. Una de ellas, sosteniendo una pluma de cristal, atrae su mirada. Al tocarla, lágrimas de tinta brotan de sus ojos pétreos, y en ese instante, una duda se ancla en su corazón.

¿Es realmente el camino de lo desconocido el que debe seguir, o debería regresar a la seguridad de su antigua vida, una existencia simple y predecible? Así pues el hechizo se rompe y se da cuenta de que todo ha sido una mala idea, que debería volver a su vida corriente y sencilla y dejarse de sueños imposibles. Al girar sobre sus pasos el aroma a tinta cada vez es más potente y embriagador, instándolo a acercarse a la Biblioteca de nuevo, y una voz profunda y espectral llena su mente, cuestionando su resolución. La tentación de rendirse, de volver a lo conocido, pugna dentro de él. Pero la voz persiste, desafiante, instándolo a enfrentar su verdadera naturaleza.

—¿Ya te rindes? ¿Así de fácil? —La voz retumba, cargada de desdén.— ¿Cuánto tiempo aguantarás ignorando el deseo de aspirar a algo más trascendental? ¿Tu voluntad es tan fútil? Si todo eso es cierto quizás deberías marcharte… Si puedes. —Concluye la voz con un susurro seco y manipulador, instigando una chispa de desafío dentro de él, suficiente como para que el viajero decida dirigirse a la gran puerta de madera y llamar tres veces.

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Os dejamos con una pieza que compuso Andrés Bernad inspirada en El Viajero. También podéis escucharla en spotify.

¿Algo que decir, Viajero?

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7 de octubre de 2025
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