de los
Perdidos
*ATENCIÓN VIAJERO: Este relato es la continuación del relato «¡A las puertas!», si no lo has leído todavía puedes hacerlo en el siguiente enlace: https://labibliotecadelosperdidos.com/a-las-puertas
Tras reflexionar todo lo que la urgencia de vuestra situación te permite, comunicas tus decisiones.
—Es cierto, un sacrificio en las puertas es necesario. La milicia popular se encargará de contener a las hordas demoniacas de Korvax y nos conseguirá un tiempo valioso para llegar con éxito a la Universidad de Hechicería.
Silencio.
Jamás nadie ha contradicho las órdenes del León Dorado de Katarine, pero alrededor de la mesa varios rostros se ensombrecen… Percibes incluso que algunos de los hombres que te rodean dudan de tu capacidad de mando, entre ellos se encuentra el Clérigo Superior del Quinto Resplandor, cabeza del mayor culto del imperio.
—¡Se acabó! Estoy harto de pretender que sois un genio militar, ¿me oís? Puede que el resto no valoren sus vidas ni los sagrados valores de este imperio, pero yo no… ¡No señor! ¿Cómo osáis desproteger la ciudad de esta manera? ¿Cómo se puede concebir que abandonéis al pueblo y su sagrada Catedral? ¡Él nos ve! Esta clase de actos son los que han hecho que su ira caiga sobre nosotros… ¡Necio! Siempre habéis sido un necio malcriado, sin creencias, sin respeto por nada Máximus… Mis hombres y yo defenderemos la catedral, puede que no salvemos la vida, señor, más nuestras almas no caerán en la perdición.
Estás apunto de desenvainar tu espada para rebanar la cabeza de ese insolente cuando Milton te retiene y te susurra algo al oído.
—Estoy con vos mi señor, pero asesinar al Clérigo Superior delante de los presentes puede hacer que más hombres abandonen nuestra causa. Yo he de partir con el resto de Caballeros del Quinto Resplandor, pues así lo manda mi juramento, pero os deseo la mejor de las suertes. Encontrad un modo de matar a ese demonio… si tenemos éxito en nuestra empresa nos uniremos a vosotros en cuanto sea posible.
—Así lo espero Milton. —respondes intentando recuperar los estribos. Os dais la mano en señal de respeto y os despedís. Cuando Milton abandona la taberna junto con el Clérigo Superior y sus leales, te diriges al resto de los presentes.
—Bien, sé que son decisiones controvertidas. Pero el tiempo apremia. Todos hemos visto al engendro demoniaco. Ni mi lanza, ni siquiera el fuego de artillería, ha hecho mella en él. Si ningún arma común sirve no hay más opción: deberemos acudir a lo extraordinario. Los hechiceros nos guiarán, ellos conocen la Universidad como la palma de su mano.
—Habla con gran sabiduría nuestro señor —dice Mort, uno de los dos hechiceros que os acompañan.
—Os conduciremos hasta el Archaneum donde se guardan los mayores secretos de nuestra Universidad… es sabido que contiene un arma de gran poder mi señor. —afirma Filk, el otro hechicero a vuestro servicio.
—Excelente. Preparad a todos los hombres, —dices dirigiéndote a los mandos presentes— partimos a la Universidad de Hechicería sin dilación.
Tu contingente se divide. Mientras tú partes con los Insomnes y la infantería pesada hacia la Universidad, la carne de cañón se dirige apesadumbrada a las puertas. Al pasar a tu lado para dirigirse hacia las murallas varios milicianos escupen al suelo bajo tus pies. Entre ellos se encuentra uno de los que te acompañaba cuando tomaste la armadura de Máximus Rex.
—Que mil maldiciones sean pocas para ti, mi «señor»— dice con tanta sorna como odio.
Esperas que, a pesar de su escasa preparación y su baja moral, la milicia popular os pueda comprar algo de tiempo para averiguar cómo destruir al colosal demonio que amenaza con reducir la ciudad a cenizas.
No tienes noticias de Elandra y temes lo peor, pero no hay tiempo de esperar a la aparición de la hechicera. Supones que cuando la milicia llegue a defender las puertas y le tome el relevo ella se reunirá con vosotros. Sin tiempo que perder, te pones en marcha junto con el contingente restante.
El caos ha tomado la ciudad. Decenas de ciudadanos aterrados suplican una protección que no les podéis brindar, otros se dirigen a la Ciudadela en busca de refugio. Algunos soldados les empujan violentamente para apartarlos de vuestro camino.
—¡Paso al León Dorado! ¡Paso al León Dorado!
Avanzáis sin deteneros por el barrio de los mercaderes entre decenas de negocios saqueados y destrozados y afrontáis, al fin, la empinada cuesta que conduce hasta la Universidad de Hechicería, la cual se sitúa en lo alto de una verde colina salpicada de grandiosos jardines.
Ninguna de las maravillas y exageraciones que tu padre contaba de la Universidad hacen justicia a la magnificencia del edificio. A pesar de lo urgente de vuestra situación, no puedes evitar sentir una profunda admiración por la belleza que se muestra ante tus ojos: un grandioso templo dedicado al conocimiento de una arquitectura imposible, compuesto del más exquisito mármol negro del imperio, en el cual se intercalan miles de preciosos ventanales de todos los colores y más aún.
Cuando accedéis al interior del edificio, se descubre ante vosotros un gigantesco vestíbulo con dos imponentes escaleras de mármol negro que conducen a una amplia balconada en el nivel superior. Parece que profesores y estudiantes han abandonado el edificio en busca de un mejor refugio, probablemente en la Ciudadela o el Palacio Imperial.
Según te comentan los hechiceros Mort y Filk, debéis dirigiros al nivel superior para encontrar el Archaneum, donde se guardan los más raros libros y artefactos de la Universidad de Hechicería… Parece ser que es el único lugar que podría albergar las respuestas que necesitáis. Examinas el entorno y ordenas a tus hombres que tomen posiciones para defender el edificio.
—¡Rápido! Que la infantería pesada se sitúe en la entrada, guardando el vestíbulo… ¡Insomnes! Buscad cualquier punto elevado que os permita tener la mejor visión posible.
—Nos situaremos en las escaleras y la balconada del vestíbulo mi señor. —indica un capitán de vuestros afamados arqueros de élite.
—Bien, yo me dirigiré al Archaneum con nuestros hechiceros. ¡Valor hermanos!
—¡Valor! — replican tus hombres.
Sabes que la desesperanza ha hecho mella en sus corazones. Tus decisiones han sido controvertidas y muchos albergan dudas de si el León Dorado no ha perdido el juicio por completo. Subes las escaleras de mármol y te asomas a la balconada. Tus hombres te miran expectantes. Suplicas a todos los dioses que las palabras correctas acudan a tus labios.
—¡Hijos de Katarine! Aciaga es la hora, más no temáis, he aquí el León Dorado, ¡Héroe prometido de Katarine! He aquí un también un hombre… Un hombre como vosotros mis hermanos, que sangra y siente temor ante el mal que se cierne sobre nuestras almas… Más mi ira es aún mayor que ese temor. Ira por los viles actos de Korvax el traidor. Por las inocentes almas segadas por sus huestes… ¡Abrazad la ira! ¡Sed sus más eficaces emisarios! ¡Furia en vuestros ojos! ¡Furia en vuestros corazones! ¡Furia sobre el abismo y todos sus engendros! ¡Furia por Katarine!
—¡Furia por Katarine! —vitorean tus hombres contagiados por tu arenga.
—¡En posición! Mantened el muro de escudos mis queridos infantes… Que vuestras flechas enseñen el camino a la perdición a nuestros enemigos mis fieles Insomnes… ¡El demonio y el mismo Korvax encontrarán aquí su fin!
La arenga ha surtido su efecto, después de tus controvertidas decisiones tu autoridad ha sido reestablecida. Los soldados se atrincheran como buenamente pueden a lo largo del vestíbulo y las escaleras. Ellos harán su parte, tú debes hacer la tuya.
—Mort, Filk, guiadme al Archaneum.
—Por supuesto, mi señor. —contesta Mort— Se encuentra en lo más alto del torreón de la rectoría.
—Vayamos prestos pues. — apremias.
El camino hasta el torreón resulta ser una compleja sucesión de intrincados pasillos laberínticos. Piensas que sin la ayuda de los dos hechiceros estarías completamente perdido en el inmenso complejo de la Universidad. Pasáis por aulas y laboratorios de todo tipo. Después subís incontables escalones hasta llegar a lo más alto del torreón de la rectoría.
—Hemos llegado señor, pero… hay un pequeño inconveniente. —Indica Filk señalando al frente y con un rostro tan pálido como la luna.
Compruebas el obstáculo al que se refiere: una imponente puerta de ébano os impide el paso al Archaneum.
—Abrid esta puerta inmediatamente, el destino de todos está en juego.
—Lo… lo sabemos mi señor… pero… —replica Mort.
—Está cerrada por complejos encantamientos mi señor, temo que… temo que semejante desafío exceda en mucho los pobres conocimientos de dos alumnos de séptimo año… —dice Filk con agitación.
«¿Séptimo año? ¡Inconcebible!» piensas. Según recuerdas los estudiantes aspirantes deben cursar quince años de Universidad, como mínimo, para obtener su rango de hechiceros. De repente todo se derrumba a tu alrededor. ¿Has depositado el destino de Katarine en dos meros estudiantes? ¿Has ordenado establecer la defensa en el peor edificio posible para ello? Intentas calmarte, pero te resulta imposible: has condenado al Imperio a su destrucción. Golpeas la puerta con desesperación hasta destrozarte los puños. Cuando ya no puedes más, te tambaleas frente a la puerta del Archneum para después apoyarte en su fría superficie pulida y, finalmente, sentarte a sus pies.
—¿Qué hacemos mi señor? —pregunta Mort con honda preocupación.
No eres capaz de emitir una respuesta. Te limitas a remover el casco del León Dorado de tu cabeza, dejando al descubierto tu ajada tez morena, curtida por el inclemente sol de las largas jornadas de labranza. Los jóvenes estudiantes no salen de su asombro.
—Así es: no soy El León Dorado. —replicas ante su estupefacción— Lo único que he sido toda mi vida es un mísero campesino ignorante, nada más.
Se escucha un gran estrépito en las plantas inferiores; cristales rotos, choques de espadas y gritos de desesperación… Las tropas de Korvax han llegado a la Universidad.
Filk se asoma a una de las ventanas de la torre desde la que se ve la entrada a la Universidad y os confirma lo peor:
—¡Están aquí! ¡Están aquí con esa horrenda bestia demoniaca!
Mort te zarandea con la esperanza de que actúes ante lo desesperado de vuestra situación.
—¡Vamos! ¡Debéis reaccionar! ¡Qué más da que seáis un campesino! ¡Qué más da quienes seamos! Somos nosotros ante la muerte… solo nosotros saldremos de esta…
—¡Por Zablar el Sabio! ¡El demonio ha reventado las puertas de la Universidad! —dice Filk.
¡Maldita sea! Pensaste que la milicia popular os compraría algo más de tiempo en las murallas… Pero qué esperar de una panda de pobres campesinos desgraciados… Qué esperar de ti… Ya nada importa. Tu voluntad te ha abandonado.
—Está bien, ¡Filk! ¡Tendremos que hacerlo nosotros! —dice Mort
—No… ¿nosotros? —la expresión de Filk apenas deja entrever su profundo espanto ante la perspectiva de realizar semejante hazaña.
—¡Ya me has oído! Venga, probemos. Si no encuentras las fuerzas campesino, —dice Mort dirigiéndose a ti— aparta de esta condenada puerta.
Te incorporas lentamente, con la exigua esperanza de que Mort y Filk consigan abrir la puerta. Respiras profundamente y te colocas el casco. Desenvainas tu espada y clavas tu mirada en las escaleras que habéis subido para acceder a la torre. «Basta de lamentaciones, debo defender a estos alumnos con mi vida si es preciso, ahora son nuestra única oportunidad» piensas.
Mort se aleja un par de metros de la puerta con la palma de su mano derecha extendida.
—¡Pyros mégalos! —pronuncia con decisión.
Tras lo cual una espectacular bola de fuego sale de su brazo para acabar estallando en la obstinada puerta. Sin embargo, no parece haber hecho ningún tipo de mella en su superficie.
—Mierda… —maldice Mort entre profusos sudores— Prueba tú Filk, hay que intentar reventarla como sea.
Filk se dispone de forma similar a como lo ha hecho Mort, aunque nada sale de su cuerpo. Murmura una retahíla ininteligible y después sus brazos extendidos tiemblan ante lo que parece un enorme esfuerzo.
—Vamos, vamos… —dice Mort.
La puerta parece vibrar con fuerza durante un instante, después la nariz de Filk comienza a sangrar profusamente y el inexperto alumno se desploma inconsciente sobre el suelo de la torre.
—¡Filk! Mierda… —se lamenta de nuevo Mort.
Es entonces cuando un soldado aparece resollando por las escaleras, parte de su armadura está abollada y casi inservible.
—Mi.… mi… —dice hiperventilando y casi al borde del colapso.
—Tranquilo. Toma aire soldado. —dices intentando aparentar una calma que hace rato que perdiste.
—Mi señor… Por fin os encuentro… —es obvio que no ha sido fácil para él llegar hasta la torre donde os encontráis— es una catás…. una catástrofe…
¿Catástrofe? La presión empieza a resquebrajar la máscara que con descarada hipocresía has intentado mantener… el miedo al fracaso se materializa por fin en todo tu cuerpo.
—Decenas de cadáveres se amontonan en el vestíbulo… Nuestra infantería está prácticamente extinguida… La defensa en el vestíbulo era del todo inviable mi señor. Se ha establecido una línea de lanzas y alabardas al pie de las escaleras para cortar el paso a los atacantes… Los insomnes se repliegan y disparan a la bestia sin descanso, pero no logran hacerle mella alguna. Algunos hombres juran haber visto al mismo Korvax…
«Ese vil traidor debía saber que aquí es donde está nuestra única esperanza para detenerle» reflexionas.
—¿Cuánto tiempo tenemos hasta que alcancen la torre, soldado? —preguntas con autoridad.
—Eh… algunos minutos… puede que menos…
—Está bien. Baja y comunica a los hombres que el León Dorado tiene en su poder el arma que estábamos buscando —notas como el rostro del soldado se ilumina con una esperanza renovada— Diles que en breve me uniré a la lucha para terminar con ese demonio… ¡Y con el mismísimo Korvax si es preciso!
—¡Si señor! —responde el soldado con convicción antes de desaparecer escaleras abajo.
Mort te mira y asiente. Sabe que la mentira piadosa que has contado al soldado servirá para que los hombres luchen hasta su último aliento imbuidos por una renovada esperanza. Después vuelve a intentar abrir la puerta. Se prepara buscando toda la concentración posible… extiende su brazo y…
—¡Para majadero! —grita una voz conocida— ¡No querrás chamuscar a la mayor hechicera que jamás ha conocido este imperio!
Elandra ha abierto la puerta desde el interior y sostiene una pequeña caja púrpura entre sus manos.
—¡Entrad! ¡Rápido! No hay tiempo, debemos atravesar el espejo — os apremia ante vuestra gran estupefacción.
—Pero, los hombres… —contestas.
—Los hombres nada entienden de lo que hemos venido a hacer aquí, Peter.
Tú nombre…
—Así es, sé tu nombre Peter Kirk. Y sé que Máximus yace en algún lugar de esta asolada ciudad… Su obstinación le ha condenado… pero tú estás aquí. Has llegado más lejos que ninguna otra anomalía en la historia de este imperio. Eso es lo único que importa. Y ahora, caballeros, hemos de cruzar el espejo. Por muy loable que sea todo el sacrificio que pesa sobre nuestra conciencia de nada servirá si no actuamos con decisión.
Asientes y encuentras en los ojos de la hechicera una complicidad inesperada, aquella que caracteriza a aquellos destinados a ser líderes. Es probable que hayas condenado a todos tus hombres, pero sabes que no tienes alternativa.
Te acercas al lugar donde se desvaneció Filk y cargas el cuerpo del joven aprendiz de hechicero sobre tus hombros. Después accedéis al Archaneum guiados por Elandra. Se trata de una enorme estancia repleta de todo tipo de artilugios: desde misteriosos bastones de hechicería hasta objetos que podrías considerar perfectas baratijas…
Elandra cierra la entrada al Archaneum y la sella con un potente conjuro.
—Eso les mantendrá entretenidos, así podremos organizar todo en el Palacio Imperial… No va a ser fácil, pero es nuestra única oportunidad.
Presenta claros signos de agotamiento en su rostro, aunque conserva fuerza y la decisión en su mirada.
—¿El Palacio Imperial? —preguntas.
—Así es, el Emperador sabrá que hacer… Este artefacto que porto entre mis manos, contiene un antiguo poder prohibido… un fragmento de luz del mismísimo Resplandor… Más está cerrado de forma irremediable. La llave para abrir el recipiente que lo contiene es el anillo del Emperador. Solo él puede desatar la fuerza que contiene… Y solo unos pocos pueden si quiera osar con pensar en controlarla… Sospecho que es el motivo por el que Korvax ha decidido dirigirse aquí en primer lugar: sabe que nuestro temor al artefacto ha alcanzado dimensiones tan sacras como ridículas con el paso de las eras y que juramos no desatar jamás su poder… Sin embargo, creo saber cómo usarlo en nuestro favor sin condenar a Katarine.
Escucháis un gran estruendo procedente del exterior del Archaneum. Los fieles de Korvax han alcanzado ya la torre.
—Ya están aquí… ¡Seguidme! ¡Rápido!
La hechicera os guía por el interior del Archaneum hasta un enorme espejo decorado de forma barroca con figuras de aves de todo tipo labradas en la más exquisita madera que jamás hayas visto.
—Este es el espejo, un «Paso de pasos» o «Todolugar» como lo llaman algunos… Solo existen tres en todo el Imperio. Este conecta la Universidad con el espejo del Palacio Imperial y con el sagrado templo de Easos, el otro espejo se encuentra en el propio templo, al miles de leguas de aquí… Bien, pasaré yo primero y vosotros tras de mí, ¿de acuerdo?
Piensas por un momento si el espejo podría conducirte a la remota Easos, lejos de la guerra y de la destrucción que asolan Katarine… Pero no tienes el valor para plantear semejante cobardía a Elandra. La hechicera atraviesa el espejo como quién se zambulle en una laguna y desaparece ante vuestros ojos.
—Ahora nosotros —dice Mort.
Asientes y, cargando con Filk, sigues al joven hechicero a través del espejo. El Archaneum se desvanece y, en su lugar, un fastuoso salón abarrotado de soldados se abre ante vuestros ojos. Inmediatamente, decenas de guardias del Emperador os rodean y dirigen hacia vosotros sus afiladas lanzas. Elandra alza los brazos mostrando el artefacto a todos los presentes.
—¿Acaso no me reconocéis, incautos? Soy yo, Elandra, Jinete de Constelaciones. Fiel hechicera de nuestro amado Emperador y portadora de la que puede ser la última esperanza para Katarine…
—¡Alto! —ordena la voz de un anciano desde el otro lado de la estancia.
La guardia imperial baja sus lanzas y se retira. De apariencia decrépita y desaseada, vuestro Emperador se levanta de su trono, quizá por primera vez en mucho tiempo, para recibiros. La angustia ensombrece su demacrado rostro…
—Bienhallada mi querida Elandra… más ya estamos todos condenados…
—No es así, mi señor. No dejéis que la sombra invada vuestro noble corazón: hemos traído con nosotros la salvación para nuestro Imperio… Este recipiente contiene el poder para destruir al temible demonio —dice mostrando la misteriosa caja a todos los presentes— y creo saber cómo poder usarlo a nuestro favor.
El viejo Emperador parece confuso ante las afirmaciones de Elandra. Notas que es un hombre agotado, mucho más allá de su cuerpo, mucho más allá de su mente. Sin embargo, dirige tu mirada a ti y parece animarse momentáneamente.
—¡Máximus! ¡Oh Máximus! ¿Eres tú? —pregunta visiblemente emocionado.
—En carne y hueso mi noble señor. —respondes con un ánimo tan impostado como creíble.
—¡Oh! ¡Bendito sea el Resplandor! Quizá no todo este perdido… quizá…
Un gran estruendo interrumpe la conversación: las puertas del gran salón imperial se abren abruptamente ante la llegada de un misterioso jinete. El desconocido atraviesa la estancia al galope y descabalga con asombrosa agilidad.
—¡Milton! —dices, reconociendo al veterano caballero.
—Señor… —responde con un hondo cansancio en su voz y un tenue brillo en los ojos al reconocerte. —Traigo nuevas urgentes para nuestro Emperador.
—Espero que sean buenas nuevas, soldado. —dice el soberano.
—Tan buenas como podría caber esperar en nuestra desesperada situación mi señor. Diferentes informaciones han llegado hasta mis oídos y, aunque no puedo aseverar que todas sean ciertas, creo que podrán servir como base para la defensa de palacio.
El emperador hace un cansado gesto con la mano, indicando a Milton que proceda.
—La mayoría de los ciudadanos han encontrado refugio en la Ciudadela, si bien muchos han quedado fuera de su amparo debido a la rapidez con las que las tropas de Korvax han accedido al interior de la ciudad…
Tu espíritu abandona por un segundo tu cuerpo. Vuelves a maldecir la hora en la que encomendaste a la milicia popular la defensa de las puertas.
—De momento la Ciudadela resiste gracias a la furia con la que lucha vuestro pueblo y el apoyo de la guarnición… Parece que Korvax ha dividido sus fuerzas y eso ha permitido que la presión sobre la Ciudadela no haya sido toda la que cabría esperar. Sin embargo, puedo aseverar, pues casi no salgo con vida de aquella carnicería, que la Catedral ha sido completamente destruida. Apenas cincuenta Caballeros del Quinto Resplandor hemos podido escapar… Sin embargo, hemos causado cientos de bajas al enemigo y hemos tenido la precaución de sellar los túneles que comunican directamente con este palacio antes de huir…
Milton parece gravemente afectado. Abandonar la defensa de la Catedral, rompiendo así su juramento, ha debido suponer un duro golpe para el veterano caballero.
—Pero eso no es todo, señor. Cuando nos dirigíamos hacia aquí a galope tendido, pudimos divisar una gran columna de humo procedente de la Universidad de Hechicería… Mucho me temo que también haya quedado reducida a cenizas, pero estoy seguro que los aquí presentes —dice dirigiéndose a vosotros— podrán dar mejor cuenta de lo que allí ha sucedido.
La mente del Emperador es presa de un terror paralizante, la confusión que emana de su rostro es patente para todos los presentes. Tomas la iniciativa.
—Así es mi señor, acudimos a la Universidad en busca de un conocimiento que acabase con el despiadado demonio de las huestes de Korvax… No hemos sido capaces de hacerle mella con ninguna de las armas a nuestro alcance… Es cierto: la Universidad ha sido destruida junto con los buenos hombres que me acompañaban y que la han defendido hasta su último aliento.
Muchos de los presentes murmuran asombrados a vuestras espaldas.
—Más ni las vidas perdidas ni la destrucción de la Universidad han sido en vano. ¡He aquí el artefacto definitivo! ¡El contenedor de un fragmento del Resplandor! ¡La esencia misma que destruirá al demonio, a Korvax y todas sus huestes!
—Korvax… —dice el Emperador en un susurro— Korvax hijo mío…
—Escuchad, su alteza imperial, necesitamos vuestro anillo para desatar este increíble poder. Elandra sabe como utilizarlo en nuestro favor, ¿verdad?
La hechicera te mira con complicidad y asiente con firmeza, quieres creer que sabe lo que está haciendo, pero no tienes más garantía que su palabra.
—Mi hijo… mi anillo… Recuerdo las escrituras… ¿Queréis desatar ese terrible poder que ha sido custodiado durante siglos? Bien, supongo que ya no importa… La condenación nos ha alcanzado a todos… Estoy muy cansado… muy cansado… Acércate, León Dorado.
La actitud del viejo emperador te desconcierta… ¿Este pobre anciano es el hombre más poderoso del mundo conocido?
—Toma mi anillo imperial Máximus. En ti delego el destino de lo poco que queda de mi querido imperio… Y ahora, —dice con la mirada perdida— me voy a dormir…
El emperador abandona el salón, quizá se dirija a sus aposentos, quizá duerma para siempre… Pero te ha legado su responsabilidad. Los presentes se muestran expectantes ante tus palabras. Observas el anillo imperial sobre la palma de tu mano. Tuya es la decisión de abrir la misteriosa caja púrpura.
—Elandra, sé sincera con todos nosotros, si vamos a confiar nuestras vidas a esta carta es justo que lo sepamos… ¿Por qué no hemos recurrido a este poder en primer lugar? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de emplearlo?
Elandra sopesa sus palabras antes de contestar.
—El fragmento del Resplandor es parte de la esencia misma del Todopoderoso… Aquel que se haga con él obtendrá un poder tan inconmensurable que se convertirá en un dios a ojos de los hombres… Sin embargo, según cuenta la leyenda, la última vez que alguien recurrió a su poder acabó con la civilización misma… Sus objetivos eran nobles, pero perdió completamente la cordura… Eso fue en la era del Cuarto Resplandor.
Cinco Resplandores, cada uno marcado por un gran cataclismo…. Enormes reinicios de la vida en la tierra con consecuencias inimaginables… ¿Estás dispuesto a correr el riesgo de condenar a todas las naciones del mundo por salvar a vuestro imperio?
—Entiendo… Comparte con nosotros el resto de tu plan Elandra. ¿Qué es necesario para emplear dicho poder? —preguntas.
—Un recipiente. Una persona lo suficientemente poderosa, lo suficientemente capaz, como para manejar semejante poder, al menos hasta que destruyamos la amenaza que se cierne sobre nosotros… Después deberemos acabar con la vida de esa persona, antes de que sea poseído por el fragmento de los Resplandores y pierda la cordura por completo. Si se tarda mucho en segar la vida del portador ya no podremos acabar con él… Su alma se ligará de forma definitiva al fragmento del Resplandor irremediablemente.
Suspiras profundamente. Todas las opciones que manejas pueden tener consecuencias catastróficas. Sin embargo, debes decidir una vez más.
—Milton, haz recuento de los hombres de los que disponemos para defender el Palacio Imperial. Necesitamos organizar la defensa.
Querido lector, te habla Paul Wülf, escritor de esta historia interactiva que consta de tres capítulos. Como León Dorado, está en tus manos decidir el destino de Katarine. Usa la información de la historia y tu propia intuición para acabar con el demonio y con Korvax y así salvar al imperio. Estos son los recursos a tu alcance en este punto de la historia, teniendo en cuenta las cuantiosas pérdidas que has sufrido en este capítulo (tanto Guardias Insomnes como la Infantería pesada han encontrado su aciago final defendiendo la Universidad de Hechicería) :
–Elandra, Jinete de Constelaciones. La hechicera más poderosa de Katarine.
–Mort, alumno de la universidad, se especializa en hechizos ígneos. Lo que le falta de experiencia lo suple con su enorme valor.
–Filk (actualmente inconsciente), alumno de la universidad, se especializa en poderes telepáticos. Asustadizo, pero poderoso.
–200 guardias del emperador: hombres de valor excepcional, entrenados tanto en el combate cuerpo a cuerpo como a distancia.
–50 Guardias del Quinto Resplandor: caballería pesada, capaz de barrer a cualquier ser viviente con sus potentes cargas.
Las decisiones que has de tomar puedes indicarlas en la siguiente lista de elecciones:
¿Emplearás el fragmento del Resplandor con el riesgo que supone?
- 1. Usar el fragmento del Resplandor (100%, 3 Votos)
- 2. Confiar en tus fuerzas actuales para detener a Korvax y su demonio (0%, 0 Votos)
Votantes totales: 3

Si eliges emplear el Fragmento… ¿Quién accederá a su inconmensurable poder?
- 1. Tú, León Dorado de Katarine (33%, 1 Votos)
- 3. Mort, alumno de hechicería (33%, 1 Votos)
- 5. Milton, curtido Guardia del Quinto Resplandor (33%, 1 Votos)
- 2. Elandra, Jinete de Constelaciones (0%, 0 Votos)
- 4. Filk, alumno de hechicería (0%, 0 Votos)
Votantes totales: 3

¿Quién acabará con la vida del portador del Fragmento del Resplandor cuando sea preciso? (no puede coincidir con el portador del fragmento)
- 2. Elandra, Jinete de Constelaciones (67%, 2 Votos)
- 5. Milton, curtido Guardia del Quinto Resplandor (33%, 1 Votos)
- 1. Tú, León Dorado de Katarine (0%, 0 Votos)
- 3. Mort, alumno de hechicería (0%, 0 Votos)
- 4. Filk, alumno de hechicería (0%, 0 Votos)
Votantes totales: 3

¿Qué ordenarás hacer a la Guardia Imperial?
- 1. La mitad de la guardia imperial entrará en combate cuerpo a cuerpo y el resto combatirán a distancia (67%, 2 Votos)
- 2. Toda la guardia imperial entrará en combate cuerpo a cuerpo (33%, 1 Votos)
- 3. Toda la guardia imperial preparará sus arcos para el combate a distancia (0%, 0 Votos)
Votantes totales: 3

¿Qué ordenarás a los Guardias del Quinto Resplandor?
- 2. Realizar cargas de caballería en el exterior del palacio contra las fuerzas de Korvax (100%, 3 Votos)
- 1. Descabalgar y asumir funciones de infantería en la defensa de palacio (0%, 0 Votos)
Votantes totales: 3

Debes tener presente, que es un objetivo fundamental para la victoria eliminar al coloso demoniaco y al propio Korvax. Sopesa sabiamente tus decisiones. La supervivencia de Katarine está en juego.
Aunque ya has tomado grandes decisiones, algunas de ellas deberás tomarlas durante el desarrollo de la tercera parte de la historia. El autor escribirá el final de la misma en función de lo que decida la mayoría de lectores.
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